domingo, 26 de agosto de 2018

ÁLVARO MUTIS: UN NAVEGANTE EN EL MAR DE LOS AFECTOS



A los 95 años del natalicio y cinco del aniversario de su muerte, el periódico “El tiempo”  le hace un justo homenaje  a este gran escritor  Colombiano que tantas horas de lecturas agradables nos brindó y al cual volvemos recurrentemente. Maqroll, no es solamente un personaje de sus novelas, es una manera de entender la vida, de afrontar las vicisitudes, de sacarle el cuerpo a las frontales tragedias de la vida, que en todo caso no lograremos nunca evitar, cómo le sucedía a este trashumante inigualable. Mutis me remite siempre a Proust, la curiosidad por todos las historias alrededor de las monarquías Europeas, su lealtad y amistad con Gabo, esas memorables conversaciones que sus amigos disfrutaron por mucho tiempo y que nosotros conocimos sólo en coloquios y charlas en ferias del libro, tan llenas de anécdotas, de sabiduría, literatura, siempre encantadoras y por su puesto a su poesía vital, es uno de los grandes poetas de hispanoamérica. Espero mis lectores disfruten de este excelente texto. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE


Al celebrarse 95 años de su natalicio y cinco años de su muerte, su legado está vigente.
Por: Juan C. Rincón y Santiago Díaz B.  25 de agosto 2018 , 04:16 p.m.
A 95 años de su natalicio y 5 de su muerte –esta, una de sus palabras favoritas, fue concepto constante, idea siempre presente–, el escritor colombiano Álvaro Mutis sigue siendo columna estructural de nuestra literatura. Nacido en Bogotá en 1923, criado en Bélgica y luego en la tierra caliente de Coello, en Colombia, entendió desde muy joven que su destino estaba ligado a la poesía y no a la terrible burocracia de la academia. Nunca completó un curso, no terminó el colegio y por su cabeza ni siquiera se asomaba la idea de la universidad.

El tiempo que tenía, lo sabía bien, debía ponerlo al servicio de las letras. Fue locutor de radio y trabajó en diversos escenarios, algunos muy distantes de su faceta como escritor, pero siempre tuvo presente lo que quería hacer: escribir poesía y, si era preciso, morirse de hambre, pero contento.

Junto a Carlos Patiño Roselli publica en 1948 su primer poemario, titulado La balanza, que le permitió lograr el récord en toda la historia de la literatura como el libro que más rápidamente se agotó. Apenas fue exhibido en una librería del centro de Bogotá para que, en cuestión de horas, no quedara ni un solo ejemplar. Todos desaparecieron, literalmente, consumidos por el fuego tras los estragos que trajo consigo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Habiendo superado el episodio, hacia 1953 aparece publicado en Buenos Aires Los elementos del desastre, libro con el que Mutis comenzaría a ser reconocido como uno de los grandes poetas latinoamericanos del siglo XX. Es innegable que hoy, al acercarnos a algún libro de poesía contemporánea hecha en Colombia, encontramos sus rastros como gran influencia que, de cierta forma, desde las sombras dio un nuevo rumbo a las letras nacidas en esta pródiga tierra.

Los más destacados escritores nacionales de nuestros días nacieron bajo el signo de este gran maestro. Uno de ellos es William Ospina, quien, al preguntarle sobre el escritor bogotano, afirma: “Mutis es un personaje múltiple; influyó de maneras distintas en la literatura colombiana. En primer lugar, diría yo, como poeta. Es uno de los más importantes de nuestra literatura, y me parece que llegó primero que otros a algunas cosas muy importantes de nuestra tradición poética: a un hallazgo de la poesía de esta naturaleza americana, de esta geografía equinoccial, casi que en momentos en que Neruda estaba escribiendo el Canto General y haciendo un gran reconocimiento de América. Ya Mutis, siendo mucho más joven, estaba también escribiendo sus poemas en ese tono de descubrimiento del paisaje, de celebración del mundo americano”.

Uno no dimensiona la magnitud de su obra si no ha recorrido antes algo de su biografía. Desde Octavio Paz hasta Elena Poniatowska, todos coinciden en algo: su gran talento para la creación literaria y su vasto conocimiento sobre Europa, continente que se convirtió en su tierra deseada. Alimentado por un mar de libros y movido por su pasión hacia la literatura del otro lado del océano, su erudición fue convirtiéndose en rasgo esencial.

“Como poeta, Mutis dejó una obra grande, sólida e importante. Uno lee Los elementos del desastre, el Poema de lástimas a la muerte de Marcel Proust o Caravansary y entra en la gran poesía de nuestra lengua”, señala Juan Gabriel Vásquez, quien recuerda con aprecio la figura del autor bogotano, a quien conoció al final de su vida: “… pasamos momentos breves hablando de Joseph Conrad, una pasión que compartíamos. Le gustaba Victoria más que los libros de Marlowe, o de eso creo acordarme. Sabía hablar de Conrad con erudición, pero sin poses. Conversar con él era un privilegio, y solo lamento que no haya ocurrido más veces”.
En 1974 es reconocido en Colombia con el Premio Nacional de Letras y en 1988 se le otorga el Premio Xavier Villaurrutia, en tierras mexicanas. Posteriormente se hizo merecedor de los Premios Médicis Étranger (1989) y Roger Caillois (1993) en Francia, Príncipe de Asturias de las Letras (1997), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1997) y Cervantes (2001), en España. Desde las tertulias en la casa de Carlos Fuentes, pasando por las inolvidables entrevistas con Álvaro Castaño en la HJCK, su vida y su literatura fueron una fiesta permanente de noble sapiencia.







“Mutis, si tenemos la fortuna de que se siga leyendo, será más grande cada vez”, comenta Fernando Quiroz, quien compartió de cerca la pasión del poeta hacia la literatura y su fervor por la vida. Para el autor de 'El reino que estaba para mí. Conversaciones con Álvaro Mutis', su legado, “hablando en términos formales de su obra, reside en la posibilidad de acudir a una mirada profunda de la Colombia rural, de la zona cafetera, de la tierra caliente. Ha sido el único escritor colombiano que ha logrado retratar la esencia, el espíritu humano del hombre, en sus libros”.

Con esa “voz de galán de novela” que recuerda William Ospina con inocultable cariño, Mutis generaba un amplio espectro de emociones. Seguramente escandalizó a las familias cachacas al responder en una entrevista que le hizo Arturo Camacho Ramírez: “Mi hobby es el asesinato”, tanto como logró despertar mares de afecto entre quienes tenían la ventura de conocerlo.

Gran amigo de sus amigos y de quienes no lo eran tanto, el poeta bogotano siempre tuvo una admirable capacidad de generar simpatía y apego. A quienes con talento se movían en las aguas de las artes y la literatura, Mutis jamás dudó en ofrecer su apoyo. Su monumental voz de aliento resonaba como fuerza vital incluso en las cartas en las que solicitaba respaldo para alguno de sus conocidos. Sus palabras jamás fueron desoídas; tal era su magnetismo.

Conversando con el escritor, productor y director cinematográfico mexicano Guillermo Arriaga, este nos contó que, en el ámbito de la literatura, el primero en vislumbrar su capacidad para crear fue el gestor de Ilona llega con la lluvia. Tras leer una mañana algunos cuentos escritos por el guionista mexicano, en la tarde lo llamó para decirle: “Oye, dedícate a esto, compadre. ¡Está muy bien!”. El caso de Arriaga, por supuesto, no es el único. En Colombia, varias generaciones de escritores en los últimos 50 años recibieron de su corazón dadivoso el impulso que les permitió avanzar. Así lo recuerda Piedad Bonnett: “Yo leí a Álvaro Mutis cuando entré a la universidad y me fascinó su poesía. No solo me gustó mucho, sino que además me influenció. Escribió muchas cosas que interioricé”.
Los grandes en Colombia también gozaron de la camaradería de Mutis: León de Greiff, Eduardo y Jorge Zalamea, Eduardo Carranza y su tocayo Álvaro Castaño, entre muchos otros tuvieron, con certeza, alguna historia para contar. Sin embargo, fue en la Cartagena de 1949 donde se forjó la amistad más importante de la literatura colombiana. Allí el autor de Amirbar conoció a García Márquez y desde entonces nutrieron un vínculo que puede considerarse eterno, más allá de las limitadas fronteras materiales.

Posteriormente, fue México el refugio de dos escritores exiliados que encontraron un territorio donde seguir compartiendo su mutua admiración literaria y su fascinación por el jolgorio y las tertulias. El cataquero lo definió así en un discurso que leyó durante la celebración del septuagésimo cumpleaños del bogotano: “Basta leer una sola página (…) para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es solo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos”.

Desde la otra orilla, el poeta Santiago Mutis Durán rememora la vital generosidad que su padre prodigó hacia el autor de La mala hora: “Ellos construyeron una patria propia donde había una ley escrita que era la ley de la libertad y la integridad”. En esto coincide William Ospina: “… yo diría que fue definitiva la proximidad de Mutis para el surgimiento de la obra de García Márquez. Ese diálogo entre esos dos colombianos en México fecundó, por supuesto, la obra de ambos y configuró el momento más alto de nuestra literatura, de nuestra inclusión en las corrientes de la época. Gabo fue el gran prosista de lo que llamamos el boom latinoamericano, y yo diría que Mutis es el poeta del boom latinoamericano, si no incluimos a Neruda en él, si lo consideramos más bien un precursor”.
Ni su fama, ni el tiempo ni la edad disminuyeron su probidad. Su legendario don para confraternizar también encantó a las nuevas generaciones de escritores. Juan Villoro lo rememora con un dejo de nostalgia: “Como amigo extraño la solidaridad que mostraba a sus colegas, la calidez, las conversaciones infinitas, sus anécdotas de juventud con García Márquez, sus viajes por toda América Latina, sus romances fantasiosos o reales… todo esto es un acervo maravilloso. Era un gran narrador oral y ¡claro que lo extraño! (…). Así como Maqroll El Gaviero tiene amigos dispersos en los distintos puertos del mundo, también Álvaro Mutis hacía que la gente se sintiera en casa, aunque viniera de lugares distintos”.

Tanto en su poesía como en su narrativa, su alma poética fluye a través del agua. Desde la lluvia que trae a Ilona, pasando por los ríos del Tolima que acompañan sus primeros poemas, hasta desembocar en los mares navegados por Maqroll. Santiago Mutis Durán reflexiona sobre la presencia del agua en el curso de la obra de su padre: “Siguiendo el agua, uno va por toda la vida de él y de su literatura, ¡es impresionante! Es el hilo de oro que agarra todo, absolutamente todo, hasta las lágrimas… es una cosa deslumbrante. Tú no puedes entender las novelas si no puedes entender la poesía, y no terminas de comprender toda esa poesía si no sabes el desarrollo que eso tiene en la novela. Donde termina la poesía es donde terminan el río, el agua, el continente, la tierra y comienza el mar, que son las novelas. Y el mar es el viaje, es esa especie de perseguir; uno sabe que hay algo prometido para uno y todo eso va constituyendo no solo un temperamento, sino un destino”.

Mutis es, como lo señala Ospina, “el poeta del boom latinoamericano”. Sus versos, como surgidos de un naufragio, le permitieron habitar la enorme casa de las letras y erguirse altivo ante las gentes, conmocionadas todas, por tan bella poesía que brotaba de su boca. Allí va El Gaviero, y por aquí anduvo, a bordo de un Tramp Steamer, recorriendo anchos mares y bebiendo el agua pura de la vida. Pasarán 100 años, incluso 1.000, y su legado se mantendrá intacto, mientras haya gente que lo lea y lo recuerde como el gran creador que fluyó, generoso y sabio, entre las profundas aguas de la literatura.

* Juan Camilo Rincón (Bogotá, 1982): periodista y escritor.
* Santiago Díaz Benavides (Bogotá, 1994): periodista cultural, lector editorial y librero.
ESPECIAL PARA EL TIEMPO




miércoles, 15 de agosto de 2018

NOVELAS REUNIDAS HEBE UHART

En el vasto universo de la literatura hay autores de suma importancia que no tienen la publicidad que amerita su obra, Uhart, es una escritora con mucho peso  en el marco de la literatura Argentina. Empieza a publicarse su obra completa, es una oportunidad para re-leerla o acercarse a su obra en el caso de no conocerla. Desde hace años las editoriales poco se preocupan por  establecer  vasos comunicantes en Hispanoamérica, convirtieron a cada país en ínsulas y no hay esa relación intensa que alguna vez se dio para bien de nuestros autores, recordemos el fenómeno del Boom.  Esperemos esta reseña aparecida en la revista Ñ de Argentina, contribuya a su conocimiento. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
 Uhart, la intensidad nuestra de cada día
Narradora excéntrica y cronista formidable, la autora de "Animales" publica el primer volumen de su obra completa.

A esta altura es un lugar común decir que durante muchos años Hebe Uhart circuló en editoriales difíciles de encontrar, hasta que la edición de Relatos reunidos (2010) por Alfaguara en su colección de cuentos completos le dio un espaldarazo que ayudó a ganarle una difusión no sólo nacional sino también hispanoamericana.

Habría que matizar: su supuesto tercer libro, La gente de la casa rosa (1970) (aunque los dos anteriores se acercan a la invisibilidad), no sólo fue editado por Fabril (sello importante en ese momento) sino prologado por Haroldo Conti en un perceptivo texto: “Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta”.

Igualmente importante fue la edición masiva, para kioscos, de La luz de un nuevo día en la colección Capítulo Argentino que dirigía Susana Zanetti para el Centro Editor de América Latina. Quienes habían extrañado algunos textos en los Relatos reunidos, o los completistas, los encontraron en El gato tuvo la culpa (Blatt & Ríos, 2014), que agrupó los textos restantes.

Ahora el sello Adriana Hidalgo anuncia una obra completa a cargo de Julia Saltzmann, que al fin ordenará toda su producción. Lo hará en tres volúmenes, repartidos por géneros. El que aparece ahora, Novelas reunidas, agrupará por primera vez sus novelas. En total son seis: La elevación de Maruja (1974), Algunos recuerdos (1983), Camilo asciende (1987), Memorias de un pigmeo (1992), Mudanzas (1995) y Señorita (1999). Como “bonus track”, el volumen agrega el discurso de Hebe Uhart de aceptación del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas 2017 de Chile. Los dos volúmenes siguientes agruparán todos sus cuentos y todas sus crónicas de viaje.

EL UNIVERSO PROPIO
Los cuentos han labrado el lugar de Hebe Uhart en una zona totalmente única (centrada en la mirada, la escucha y el lenguaje) de la literatura rioplatense y latinoamericana, comparable a la de Clarice Lispector o Juan Rulfo. Las novelas, en cambio, se ajustan más de cerca a lo que suelen tratar las novelas: la realidad social y familiar, lo urbano acotado, la historia personal. En ese sentido las dos más extensas –Camilo asciende y Mudanzas– circulan alrededor de grupos que se repiten y entornos pueblerinos semejantes. Una especie de apuntes para la tarea lo constituye Algunos recuerdos, divididos en esos dos lugares: Paso del Rey y Moreno (donde nacería Hebe Uhart).
Una especie de culminación lateral es Señorita, donde la autora deja de lado los alter egos infantiles o adolescentes y se zambulle con refulgente lucidez en develar la construcción de su propio yo, su proyección fuera del ambiente pueblerino y el nacimiento de uno de los núcleos alimentadores de su producción: los años en que fue maestra y directora de primaria, antes de pasar al estudio y enseñanza de la filosofía. Aparte están La elevación de Maruja y en particular Memorias de un pigmeo, salvaje, crispada de extrañeza.
En Algunos recuerdos aparecen algunos recursos después empleados. Por ejemplo la reacción de relativo fastidio ante la realidad con un automatismo de lenguaje. Aquí lo es “Y suma y sigue, y suma y sigue”. Tal vez sea herencia, traducción, del que emplea la madre, tocando el italiano, en Mudanzas: fastidiada por las exigencias de la etiqueta doméstica, se dice: “sacarse el delantal, ponerse el delantal, saludar, tome una copita de oporto, sí, no, se la ve más gorda, que no muchas gracias, tute, muse, muse musaie” (el subrayado es mío).

En el centro de ese universo familiar lo que más subyuga, inquieta y sacude a la niña que lo integra, que mira y oye y que escribirá, es su tía María, porque está loca. Tiene una actitud áspera, incomprensible para con el entorno de costumbres, se la pasa tirando baldes de agua a las paredes, sospecha de todos y establece categorías extrañas.

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Mudanzas
En Mudanzas, si hay una mujer que la cuida y se mueve en silencio despierta su mecanismo: “todo ese sigilo no hacía más que confirmar las teorías de María: ella era una ladrona hipócrita. María tenía clasificados a los brujos en diversas categorías: los había enemeros, valijeros, alcahuetes, bolseros, hurgadores o remeschadores, bragueteros, culo de fuentón y culo de balde”. Elige a los peores, los “dañinos a conciencia, brujos que hacían el mal por el solo placer de joder a los demás”. Pero los incluye sin excepción cuando desea: “Ojalá creparan todos”.

De hecho la palabra mudanza sintetiza muy bien no sólo el traslado de un lugar a otro para esta familia de transplantados inmigrantes, sino también los cambios o deseos de cambio de nivel, de importancia. El “ascenso” de Camilo en la novela homónima suena casi a metafísica. Pero es sencillamente social, económico. Es más: no resulta él el personaje principal. Todo el cuerpo familiar está en cambio constante. Algunos se van deteriorando, como el padre, que queda en la casa vieja. O la propia María, que entra y sale de internaciones según los llantos y promesas de cambiar, nunca cumplidas.

Lo importante es el modo en que Hebe Uhart la trata, sin caer nunca en los excesos representativos o violentos desencadenados a menudo por la demencia. Pero a la vez utilizando unos pollos que han terminado como satélites del desequilibrio, encerrados en una pieza, y que circulan con un aire castigado, casi de internados de un campo de concentración, con algo de dibujo animado, ya en Algunos recuerdos: “En el jardín había un grupo de pollos que estaba en el recreo, si es que eso era recreo; no estaban acostumbrados a caminar en superficies grandes y más que pollos, parecían camellos”.

En Mudanzas tienen un preanuncio cuando pasan del aire libre al gallinero, como parte del ascenso, del cambio de la familia: “Desde que los pollos quedaron para siempre en el gallinero, habían adquirido una marcha prudente y reflexiva, propia de un espacio menor”.

El desvío de la locura los condena finalmente a la pesadilla: “María había encerrado unos pollos en el cuartito. Los encerraba ahí para que no se hicieran callejeros, para que no se juntaran con nadie ni fueran presa de los brujos. (…) Ella, al nacer, los bañaba,la mitad se había muerto. (…) La madre insistió para que María los liberara, pero ella se negó firmemente: ese día no les tocaba salida”. Ya en Algunos recuerdos Luisa (la niña o adolescente hipnotizada por la tía) reconoce: “entonces se dio cuenta de que la locura no era hermosa ni libre, de que ella no era una persona para su tía María ni viceversa”.

La intensidad del afecto o el rencor puede ser interna: Luisa camina junto a Fernando, que tropieza con las líneas del asfalto después de jactarse de un tío ingenioso (a ella ni se le ocurre hablarle de María): “tuvo un sentimiento contradictorio; uno de desilusión, porque no era perfecto ya que tropezaba, y otro, más feroz y vengativo; se alegraba de que él tropezara; él tan rubio, tan lindo, tan protegido por un tío inteligente e ingenioso”.

Lo escrito sobre familias tiene que ver con la rama italiana. Aparece una y otra vez una actitud escéptica, irónica, hasta sarcástica. O el idioma, y la reacción automática. Cuando la madre se cansa de oír hablar a María de vestidos extraños, piensa: “Las rayas son rayas y las flores, flores. Te lo van a fabricar de medida, tute, muse, muse musaie”. Cuando alguien le pregunta por su hermano, le contesta con prudencia: “Allá está. Ni pelio ni mellio”.

Teresa, la tía civilizada, formateada, casada con Domingo, tiene su propio latiguillo: para marcar su nitidez, inicia o termina conceptos con la palabra “francamente”.

En Mudanzas Atilio soporta la presión “modernizadora” de Domingo en su negocio de comidas. Hasta que lo salva el deseo de su mujer de irse a Buenos Aires. En estos grupos las mujeres suelen ser más dinámicas, más profundas, los varones más movidos por superficies, o socavados por la tristeza o la deriva.

HISTORIAS LATERALES


Las dos novelas separadas de la saga familiar son menores. Muy breve (54 págs.), La elevación de Maruja narra su pedido de ayuda a un padrino, un viaje y residencia en París, y el regreso. Maruja es bastante áspera, exigente. Quiere bailar (de ahí “la elevación”). El padrino tiene ideas fijas que suelen llevarlo al despilfarro y las falsas seguridades.

Una vez Maruja estuvo casada, pero peleaban sin cesar. Como trabajo él revisaba los palos de la luz. Distraído por la discusión, lo hizo sin guantes protectores y perdió un brazo. Deja de ver a Maruja: “Dicen que se casó con otra mujer, que puso una pizzería y le va muy bien”.

Maruja hace pruebas para bailar ante Kalina Koumarova. Frustrada, se va a París. Allí asiste a una clase de metafísica de un cardenal, conoce a un poeta carpintero y otro armenio. Visita a Carlos, un antiguo conocido. Por fin regresa. Encuentra al padrino cuidado por unas primas, y se queda en la casa. Recuerda a una hijita muerta. De pronto aparece la narradora misma y comenta que Maruja ha cambiado: “Maruja se había vuelta reservada. Pero esa es otra historia”.

Memorias de un pigmeo es tan distinta, que parece de otra autora. La protagoniza Uto, un pigmeo de una tribu invadida, que trata de estudiar en la ciudad. Ella misma contó en un reportaje de Graciela Speranza: “surgió porque los pigmeos me habían interesado para hacer una nota y por lo tanto había recopilado información. Me interesaron esos seres tan chiquitos, fronterizos”. En el relato, sin embargo, esos rasgos no aparecen: de hecho tiene que hacer recordar que Uto es pigmeo más de una vez, para que el lector lo recuerde.

Señorita tiene un tono totalmente otro. En comparación resplandece, ilumina. Traza su camino biográfico con una lucidez vasca, de pedernal, y con una alegría comunicada de existir, de crecer. También incluye hacia el final su primera experiencia como maestra de primaria. Una directora “chiquita, reservada y respetada” le da un “grado difícil”. Descubre: “había aprendido la Historia de la Didáctica y los métodos deductivo e inductivo. Ahí no podía usar ninguno”.

Ha pasado de niña a adolescente. Se ha acercado lentamente al summun: la señorita. Después de ver cómo una publicidad define los diecinueve, los veintinueve, los treintainueve años de una mujer y su relación con la pasión, decide no casarse. Le cuentan cómo la amante de un sabio fue corrida a carterazos por la esposa, en un tren. Se identifica con “la otra”. Cuando un primo mayor la sorprende con las piernas hacia arriba sobre unos almohadones, corre a cambiarse. Vuelve convertida en otra y él comenta: “Es toda una señorita”.

De algún modo, en ese sentido, Hebe Uhart nunca dejó de serlo. En una reunión intelectual porteña de la juventud, un hombre mayor invita a los asistentes a dejarse leer la mano. No lo acepta, pero se siente grosera, reconoce “todos mis ascetismos anteriores como una forma de tosquedad o de inutilidad”. Está aprendiendo. Ve una pareja sentada en el suelo que se dicen, cariñosamente: “Estúpida”, “Pajarón”.

Sabe que se casarán y los comprende. Va a una fiesta de Navidad y le dicen: “¡Ah, qué bien crecidita está!”. Siente que la tratan como si fuera un chancho, un pato. Se lava con jabón de lavar la ropa y cree que podrá cumplir este proyecto: “En lo posible no hablaría con nadie, ni contaría nada, ni sería nadie”.

Pero habló, contó, fue alguien. Antes, al comienzo, también había planeado: “no me voy a casar, porque si me caso, me voy a tener que separar y es triste. Pero voy a tener muchos novios, a los diecinueve, a los veintinueve, a los treinta y nueve, y tal vez un poco más”.

También es contradictoria, taoísta, su relación con la docencia, con la sabiduría. Al fin se dedica a caminar “por la calle Florida, de gran aprendizaje”. Pero un poco antes, a poca distancia del final, los alumnos le dicen: “Vos no sos la maestra, sos como nosotros”. Ella les aclara: “–Soy la maestra, soy la maestra –decía yo”.

Las dos frases tienen razón, en este texto existencial y luminoso.

Elvio Gandolfo es autor, entre otras, de las novelas Mi mundo privado y Los lugares.

HEBE UHART​

Básico​

Moreno, Provincia de Buenos Aires, 1936.​

​Egresada de Filosofía y docente de oficio, Hebe Uhart empezó a publicar en 1962 y fue por décadas una escritora de escritores, gracias a títulos como La gente de la casa rosa (1970), El budín esponjoso (1977) y Guiando la hiedra (1997), que evidenciaron su singularísimo estilo. La aparición de Relatos reunidos (Alfaguara), premiado en la Feria del Libro de Buenos Aires en 2011, confirmó para públicos de distintas latitudes algo que Fogwill ya había destacado: sus cuentos están entre los mejores de la literatura argentina, junto con los de Silvina Ocampo y Sara Gallardo. Ha publicado novelas y varios libros de crónicas (Visto y oído y De aquí para allá, entre ellos), el género que prefiere últimamente. Desde 1982 dicta un taller de expresión ya legendario en su casa de Almagro. En 2017 Chile le concedió el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas.








domingo, 5 de agosto de 2018

FRANZEN, ¿EL GRAN NOVELISTA AMERICANO?


Es un escritor estadounidense, que saltó a la fama en 2001 con su novela Las correcciones, ganadora del National Book Award y que ha vendido 2,8 millones de ejemplares en el mundo (datos de 2010). Contrario a la tradición impuesta por el mercado americano, no ha permitido que sus obras se lleven al cine. Franzen, aunque nacido en Chicago, Illinois, creció en Webster Groves, un barrio San Luis, Misuri. Estudió en Swarthmore College, famosa institución educativa fundada en 1864 por los cuáqueros que queda unos 18 kilómetros al suroeste de Filadelfia, y también en Alemania gracias a una beca Fulbright. Actualmente vive en el Upper East Side de Manhattan, Nueva York y escribe para la revista The New Yorker. Habla con fluidez alemán. Traigo este artículo de Babelia del periodico “El país” de España y otro de más actualidad publicado en periodico "El tiempo" de Colombia, por la importancia que tiene para la literatura americana este autor y por ende para las letras del mundo, porque sus novelas, son eso, novelas, no se sale de la estructura literaria que implica el género, una trasposición de la realidad desde la ficción, para entender la intrincada naturaleza humana. No más. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
 EDUARDO LAGO
13 OCT 2015 - 12:05     COT
Coronado por la crítica y el público, el escritor, compañero de generación de Foster Wallace, aboga por la recuperación del esquema clásico de la novela.
En sus dos primeras novelas, The Twenty-Seventh City (1988) y Strong Motion (1992), Franzen retrata los enclaves urbanos de San Luis y Boston contra un entramado de conspiraciones de signo insondable. Caracterizadas por su autor como “técnicamente antiautobiográficas”, ambas narraciones se desenvuelven en la estela posmoderna de las “grandes novelas de sistemas”, al modo de las obras de Pynchon o DeLillo. Con premisas similares, en 1987 David Foster Wallace, publicaba La escoba del sistema. El objetivo era dar con el lenguaje novelístico del tercer milenio. En 1996 Foster Wallace despedía el siglo XX con una obra de las propuestas más radicales de las últimas décadas: La broma infinita. Con algún ribete estrambótico (Franzen llegó a preguntarse si el suicidio de Wallace tenía como fin asegurarse un lugar en la posteridad), la amistad entre los dos escritores (incuestionablemente auténtica por ambas partes), constituye uno de los capítulos más fascinantes de la reciente historia literaria de su país, comparabale a las que mantuvieron en su día Fitzgerald y Hemingway, una mezcla inextricable de admiración, pasión y rivalidad. En tanto que Wallace nunca cuestionó su poética, Franzen sintió muy pronto que algo fallaba en su planteamiento. Quería vender más, y sospechaba que el problema estribaba en que de la novela se había alejado demasiado de las preocupaciones de la gente. En un ensayo titulado Tal vez soñar (1996), Franzen subraya la irrelevancia de la novela en el contexto de la cultura actual. En la era del entretenimiento, sometida al imperio de la imagen, los novelistas llevan todas las de perder. Buscando la manera de dar vuelta a la situación, dio con una fórmula paradójica: “La única manera de avanzar es retroceder”, concluyó. La solución de los males de la novela contemporánea está en volver a los modelos insuperables de Tolstoy o Dickens.
El resultado práctico de este planteamiento fue Las correcciones, narración que da cuenta de las peripecias de dos generaciones de una familia desestructurada, los Lambert. Las ventas superaron los tres millones de ejemplares, lo cual hizo decir a un crítico inglés que más que una novela, Las correcciones era un ejemplo de lo que debe ser un estudio de mercado. El autor contestó puntualizando que “el lector es un amigo, no un adversario ni un espectador”. Galardonada con el Premio Nacional del Libro en 2001, Las correcciones fue el fenómeno literario de la década en Estados Unidos. La contradicción inherente a un hecho así es mayúscula: La primera novela norteamericana de relieve del tercer milenio se regía conforme a una poética de la narración que tenía casi dos siglos de antigüedad. Aún así, funcionó.

Franzen afianzó su postura en Mr. Difficult (2002), ensayo en el que reniega de William Gaddis, autor de Los reconocimientos, a quien Franzen había considerado uno de sus maestros. Gaddis es un autor difícil, proclamó Franzen, y si la novela quiere sobrevivir ha de ser necesariamente “conservadora y convencional”. Tras Las correcciones, siguió un silencio de casi diez años, durante los cuales Franzen buscó escribir una novela que reflejara la compleja realidad de la sociedad norteamericana de nuestro tiempo. Cuando Libertad vio la luz en 2010, la revista Time confirió a Franzen el título de Gran Novelista Americano, reproduciendo una foto del autor en la portada. Tan sólo cinco novelistas “literarios” habían logrado aparecer en la portada de la influyente publicación antes que Franzen: James Joyce, Vladímir Nabokov, J. D. Salinger, John Updike y Toni Morrison, (Joyce y Updike en dos ocasiones). De manera más general, la crítica caracterizó a Libertad como “la gran novela americana de la era Obama”.
ama”.

Cuando Libertad vio la luz en 2010, la revista Time confirió a Franzen el título de Gran Novelista Americano, reproduciendo una foto del autor en la portada

Libertad es un canto a la estética del realismo, y sin embargo, la sombra que se cernió sobre su gestación, fue la de su amigo David Foster Wallace. Hace tan sólo unos días, el pasado 2 de octubre, en pleno lanzamiento de su novela más reciente, Pureza, Franzen evocaba la misteriosa irrupción de la figura de Wallace cuando, tras años de esfuerzos infructuosos, de manera repentina, una mañana, en la Academia Americana de Berlín, donde llevaba meses atrincherado, encontró el tono y rompió a escribir gozosa e ininterrumpidamente. De pronto, sin venir a cuento, recordó que Wallace no había contestado a un importante email. Alarmado, efectuó una llamada telefónica. Su mujer le explicó que de manera milagrosa, había sobrevivido a un intento de suicido, del que se estaba recuperando. Franzen acudió inmediatamente a su lado. “Que el momento en que yo despegaba artísticamente coincidiera con su hundimiento psicológico es algo muy extraño, que hasta hoy sigo sin entender. David y yo habíamos estado muy unidos durante muchos años y a veces pienso que éramos una sola entidad que se desgajó en 2008”, dice Franzen, aludiendo al momento en que, tres meses después, Wallace se quitó por fin la vida. Tras acudir a un servicio fúnebre celebrado en Manhattan, Franzen escribe: “Al día siguiente me sumergí a fondo en Libertad. Un año después había terminado”.

Con Libertad Franzen logró más ventas y más lectores aún que con Las correcciones, afianzando su reputación como uno de los escritores más influyentes de nuestro tiempo. La crítica, no obstante, se mostró algo más tibia. Para muchos, el libro supuso un retroceso. En Más afuera (2012), Franzen cuenta que tras la publicación de Libertad, viajó a la isla de Robinson Crusoe (donde pasó cuatro años el personaje en que se basó Daniel DeFoe para escribir la primera novela de la lengua inglesa), llevando consigo un ejemplar del libro y una caja de cerillas que contenía una pequeña fracción de las cenizas de David Foster Wallace.

La formidable operación internacional de márketing orquestada en torno al lanzamiento de Purity impide ver las cosas con suficiente claridad. Como figura pública, Franzen despierta admiración o antipatía a partes iguales. Para unos se trata del escritor norteamericano vivo más importante, para otros de un dinosaurio de la literatura. Sus experimentos con fórmulas caducas despiertan recelo entre muchos de sus colegas de oficio. La crítica se ha mostrado dividida. Muchos se rinden ante sus innegables poderes narrativos, aunque el consenso es que estamos ante su novela más endeble. A modo de síntoma, ahora que el Man Booker acepta títulos norteamericanos, el libro ni siquiera ha logrado pasar el primer filtro. ¿En qué consiste el fallo, si lo hay? La respuesta, quizá, haya que buscarla en la sombra que Foster Wallace proyectará siempre sobre él, una sombra que parece decir que quien apuesta por el pasado se entierra en el presente.



JONATHAN FRANZEN, LA GRAN ‘RARA AVIS’ EN LA LITERATURA ESTADOUNIDENSE
El autor de ‘Las correcciones’ se erige como sucesor al trono de la narrativa en ese país.
Por: María José Caro y Gabriel Messeth  04 de agosto 2018 , 09:48 p.m.
No es la primera expedición a Perú en la que se embarca Jonathan Franzen. Lo hizo cuando escribía una crónica sobre el secuestro de carbono para The New Yorker. Entonces descubrió su lugar preferido para observar aves. “Vi más especies en esa visita que en cualquier otro viaje”, recuerda antes de volver como estrella de la Feria Internacional del Libro de Lima.

Franzen aparece vía Skype desde Santa Cruz (EE. UU.), pequeña ciudad en el extremo norte de la bahía de Monterrey que luce como la California de los 70, con uno de los parques de atracciones más antiguos del país, que se oxida frente al mar.

“Hace más de 20 años conocí a mi compañera, la escritora Kathryn Chetkovich”, explica sobre la adopción de un hogar tan lejano a la meca editorial y donde juega tenis, toca guitarra y, sobre todo, observa aves. “Empecé a pasar largas temporadas aquí, y cuando le pregunté a Kathryn si viviría en Nueva York, dijo que no. Mudarme aquí fue una decisión gradual”, añade.

Pero su aislamiento no es total. Recientemente colaboró con el director Todd Field y el actor Daniel Craig, unidos en la empresa de adaptar Pureza (2015) para la cadena de televisión Showtime. Es la segunda vez que se empecina en llevar uno de sus libros a la pantalla chica, luego de que la miniserie de HBO basada en Las correcciones nunca vio la luz.

Hay algo quijotesco en el intento de filmar la compleja obra de Franzen. “Tengo una cierta satisfacción porque mis libros no sean filmados”, se consuela. “Tengo la esperanza de que nunca lleguen a una pantalla, para que así se mantengan como novelas: no todo tiene que ser dominado por la televisión”, dice quien se asume fanático de Breaking Bad y Better Call Saul.

Cómo estar solo
“Me siento una persona con suerte –afirma Franzen–. Descubrí desde chico para qué servía. Tengo este prejuicio de que para ser escritor debes ser muy bueno con las palabras, ser capaz de oírlas, saber cómo suenan. Se parece a la música. Por eso no toco la guitarra profesionalmente: no soy muy bueno. Pero cuando tenía 14 años sabía que era especialmente bueno escribiendo, mi maestro me lo dijo. Lo que era difícil para otros no lo era para mí”.

Fue así como este hijo de Western Springs, Illinois, descendiente de escandinavos, trazó objetivos para vivir de sus fabulaciones. “Lamentablemente, recuerdo la primera historia que escribí. Me inspiré en las canciones de Grateful Dead, que hablan sobre el Viejo Oeste. Al escucharlas, pensaba que conocía ese mundo. Así que escribí un cuento acerca de una partida de póquer, llena de alcohol, cerca de la frontera con México. Aunque tenía 17 años, sabía que no era un buen cuento, así que lo puse en un cajón”, relata.

Se estrellaría con los sinsabores de la vocación mientras escribía su ópera prima, Ciudad 27 (1988). Hoy, cuando esta sátira con ecos de thriller celebra su trigésimo aniversario, su acercamiento a la intriga política, la migración y el terrorismo, adquiere un aura premonitoria. Pero entonces fue recibida con tibieza. Reacción similar a la provocada por Movimiento fuerte (1992), libro arriesgado en el que ciencia y religión antagonizan con violencia. Franzen mezcla el conservadurismo provida con desastres telúricos, asunto del cual aprendió en sus años como asistente de investigación en el Departamento de Ciencias Terrestres y Planetarias de Harvard. El lanzamiento no produjo réplicas, aunque Stephen King se rindió ante su autor. “Hay algo que tiendo a olvidar –comenta sobre sus inicios–: era un hombre soltero muy pero muy pobre. Mi declaración de impuestos no arrojaba más de 6.000 dólares. Y odiaba a los ricos: era un joven furioso”.
Kathryn Chetkovich retrata el punto de inflexión en Envy, brillante ensayo en el que explora qué se siente ser mujer, narradora y novia de un autor sobre el cual empiezan a llover las “comparaciones con escritores muertos y con escritores vivos cuyas reputaciones están tan establecidas que bien podrían estar muertos”. ¿Cuál es su versión sobre aquel momento cuando “encontró su llave”, esa transición de ser un escritor en apuros al artífice de la primera obra maestra del nuevo milenio? “La versión corta es que lo disfruté y me relajé por primera vez en mi vida adulta”. Así resume el advenimiento de Las correcciones (2001). “Lo cierto es que engordé por todas las cenas a las que me invitaban cuando estaba promocionando el libro, y tardé como 15 años en perder todo ese peso. Pero también significó que podía tomarme hasta un año para hacer otras cosas, como dedicarme a la no ficción. Sentí que me habían dado lo que deseaba”, agrega.

El retrato tragicómico de los Lambert, familia disfuncional en crisis por la enfermedad del patriarca y los fracasos de cada hijo, reunida para celebrar una última cena de Navidad que se dirige hacia la catástrofe con la determinación de un kamikaze, llegó a librerías la semana previa a los atentados del 11-S. Se vio en Las correcciones un anticipo del nuevo modo de vida estadounidense, de los miedos y valores que iban a regir en un tiempo desconocido. Jonathan Franzen se convirtió en leyenda: el National Book Award, entrevistas en Charlie Rose y la famosa invitación al Oprah’s Book Club que devino en contienda mediática tras la negativa de Franzen para incluir el logo del talk show en la portada. Incluso prestó su voz a un episodio de Los Simpson en el que se va a los puños con su colega Michael Chabon.

Franzen atribuye a la experiencia su paso del thriller posmoderno al drama familiar, género que lo consagró tras la publicación de Libertad (2010). “Estoy seguro de que la edad tiene que ver con los temas que uno explora –sostiene–. Ahora disfruto más creando personajes y explorando la psicología”.

La saga de los Berglund a lo largo de varias décadas –con la guerra de Irak, el gobierno Obama y otros hitos como telón de fondo– confirmó la escala del proyecto de Jonathan Franzen, de mirada tan íntima como épica. La revista Time lo retrató en su portada con el rótulo de ‘gran novelista americano’. “Me alegró que fuera yo y no otro –acepta con sencillez–. No soy muy partidario de esa idea de la gran novela americana. Fue un poco vergonzoso, pero ¿a quién no le gusta ver su foto en una revista importante?”.

Advierte que su rutina ha variado. “Creo que poco a poco voy mejorando en esto de escribir novelas, aunque siento que me estoy quedando sin tiempo: ya tengo casi 60 –dice–. Trabajo los siete días de la semana y está todo siempre ahí, dando vueltas en la cabeza mientras me ducho o cuando me despierto a mitad de la noche. Lo repaso una y otra vez, tratando de afinarlo. Creo que sé lo que va a ocurrir, pero no sé cómo. La escritura es ir descubriendo cómo los personajes se pueden encontrar ante situaciones extremas. Son cosas con las que me obsesiono por años antes de sentarme a escribir”. También revela una receta creativa: “Empiezo por el título, para ver hacia dónde trabajo. Es como si compusiera sinfonías y sintiera que es hora de componer algo en re menor; el título es como una escala musical que le da al libro un tono”.

Cree que Pureza (2015) es la novela más parecida al libro que había imaginado.
“Cambiaron cosas, pero el planteamiento básico está ahí”, cuenta sobre esta epopeya que atraviesa desde los tiempos de la Alemania Oriental hasta Wikileaks. Franzen está de acuerdo con la noción de que cada novela suya encierra varios libros: “Cuando escribía Las correcciones, la imaginaba como cinco novelas cortas. Cada historia funcionaba como un libro independiente, con su propio arco dramático. Básicamente escribo novelas cortas dentro de un gran libro. Me dicen que estoy loco: Las correcciones pagaría cinco veces más si la partiera. Pero me gusta el libro grande”.
Más afuera
¿Existe la jubilación para un escritor? “Claro: Philip Roth lo hizo –responde–. Yo no quiero hacerlo. No quiero pasar un día sin escribir, pero una novela consume mucha energía. Pensaba que Pureza iba a ser la última. Y ahora, con este nuevo libro, me digo: ‘OK, esta vez sí puede ser’ ”. Tras las muertes de Tom Wolfe y Roth —una acaecida días después de la otra—, Franzen fue visto como el sucesor al trono de la narrativa estadounidense. “Wolfe y Roth tuvieron la fortuna de vivir lo suficiente para tener carreras completas, y sin tener que preocuparse de que la gente dejaría de leer por estar pegados a sus teléfonos. Me da un poco de envidia, y me parece triste”, lamenta.

Su siguiente novela retratará el presente. “No estoy muy interesado en la política porque creo que es simplista, pero me interesan el fenómeno Trump, la división actual y lo que la tecnología le está haciendo a este país. Todo eso estará ahí. Luego seguiré haciendo periodismo y, quién sabe, podría escribir más guiones”, adelanta.

Asomarse fuera del terreno de la novela es una de sus grandes fortalezas. A través del ensayo ha rumiado el dolor propio y defendido sus ideas. A través de la no ficción ha removido los recuerdos del alzhéimer de su padre y ha vuelto a su relación con David Foster Wallace, sobre cuyo suicidio escribió: “Cuando su esperanza en la ficción murió, tras años de lucha con una nueva novela (El rey pálido), no hubo otro camino más que la muerte”. Se trató de una gran amistad literaria, signada por “comparaciones, contrastes y fraternal competencia”. Sobre ella escribió una de sus crónicas más celebradas, Más afuera, que detalla su agenda secreta durante una visita al archipiélago Juan Fernández, frente a la costa chilena.

En su búsqueda del rayadito (Aphrastura masafuerae), ave de la isla Alejandro Selkirk, y mientras releía Robinson Crusoe, Franzen buscó el lugar idóneo para echar las cenizas de Wallace, confiadas por su viuda. “Me di cuenta de que estaba en el lugar más dramáticamente bello que había visto jamás... El viento tomó el polvo y se desvaneció en la bóveda azul del cielo, soplando por el océano”, recuerda en el artículo.

En su próximo libro de ensayos, The End of the End of the Earth, Franzen se centra en el cambio climático y las redes sociales. Pareciera un libro para la administración Trump, aunque el escritor cree que ningún libro lo sea. “No son famosos por leer –remata con sorna–. No me gustaba George W. Bush, pero cuando miro atrás parece el paraíso”. Frente a ello, el avistamiento de aves es más que un paliativo para él, que ha comparado sus recompensas con el sexo. “Hay un factor sorpresa: no sabes cómo será tu día. Si vas a la Galería Uffizi, sabes a qué cuadros atenerte; pero si vas al (parque del) Manu, no tienes idea de lo que encontrarás. Es una aventura”, compara.

Mientras investigaba sobre la reinita cerúlea, que aparece en Libertad, su amor por las aves creció en proporción a su inquietud por ellas. De hecho, se convirtió en un feroz detractor de la caza de pájaros cantores. “Jamás, ni remotamente, me había visto tan comprometido con una causa –confiesa–. Mi esfuerzo por defender las aves tuvo que ver con la fama. Si hubiera sido un activista en 1990, a nadie le habría importado. De pronto la gente empezó a escuchar lo que tenía que decir”.

MARÍA JOSÉ CARO Y GABRIEL MESETH
EL COMERCIO (PERÚ)
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