Hay personajes muy
importantes para la literatura y el pensamiento, cumplen una labor que siempre
suma, pedagógica en primera instancia, en esencia son creadores puros, como en
este caso, un poeta consumado, con una vida diferente, en plena búsqueda de
significados. Samuel es todo un personaje, su obra cada vez cobra más
importancia. Traer este artículo publicado en el periódico “El tiempo” de
Colombia es apenas un justo homenaje y una contribución para que mis lectores
le sigan. CESAR H BUSTAMANTE HUERTAS
Por: Myriam
Bautista G.
01 de junio
2018 , 07:21 p.m.
Además es economista, especializado
en urbanismo, marxista, novelista y profesor.
Su infancia en la selva chocoana, su adolescencia en la zona
cafetera, su juventud en la sabana de Bogotá y algunos años en ciudades de
Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Argentina le han dado mucha tela de donde
cortar para coser una poesía en la que transmite, con lenguaje original, sus
vivencias intensas por esos espacios geográficos tan distantes y
disímiles. Han sido siete libros que no han dejado indiferentes a sus
lectores ni a los entendidos. Y en narrativa: una biografía y una novela,
escritas con la destreza del experto y la belleza del poeta, se han vendido muy
bien, a pesar de no contar con publicidad distinta a la del boca a boca.
No levanta la voz ni es ostentoso en sus argumentos, pero sus
verdades no admiten discusión. Tal vez por esto, desde los catorce años en que
comenzó a escribir poesía, publicada en los magazines literarios de la prensa
nacional, tuvo la certeza que sería poeta. Certeza que refuerza con la premisa
de que la poesía es una profesión precoz. Si no fuera así, ¿cómo explicar que
Baudelaire no escribió una letra más después de los 19 años?
También, desde su adolescencia tomó la decisión de combinar el verso con una profesión que le permitiera vivir bien, sin tener que escribir por encargo o traducir tratados médicos. Trae a colación al escritor Ezra Pound, que fue cajero de banco por quince años y con ese sueldo solventó su existencia a la vez que logró consolidar esa obra poética modernista de relevancia.
“El poeta no tiene que responder a ese estereotipo que lo pone como vago, el que rompe copas en las fiestas o el que más alcohol bebe. Ser una persona productiva, buen profesional, no le quita méritos ni le disminuye creatividad”, asevera, siempre sonriente.
También, desde su adolescencia tomó la decisión de combinar el verso con una profesión que le permitiera vivir bien, sin tener que escribir por encargo o traducir tratados médicos. Trae a colación al escritor Ezra Pound, que fue cajero de banco por quince años y con ese sueldo solventó su existencia a la vez que logró consolidar esa obra poética modernista de relevancia.
“El poeta no tiene que responder a ese estereotipo que lo pone como vago, el que rompe copas en las fiestas o el que más alcohol bebe. Ser una persona productiva, buen profesional, no le quita méritos ni le disminuye creatividad”, asevera, siempre sonriente.
PADRINOS Y MILITANCIA
Comenzó estudiando arquitectura, pero le pareció que esa no
era la mejor época para desarrollar los proyectos urbanísticos que concebía y se
cambió a un programa doble: Economía y Filosofía y Letras en la Universidad de
los Andes. Encontró en esas dos facultades, sobre todo en la de Letras, un
fervor izquierdista, como nunca más se volvió a vivir, y además tuvo la fortuna
de hallar respaldos para la escritura de su poesía. Su profesor Eduardo Camacho
Guizado, por citar tan solo un nombre, no solo lo alentó, sino que se convirtió
en su auspiciador.
Por el lado de la militancia política había partidos para todos los gustos. Samuel Jaramillo recuerda divertido el primer grupo en el que militó. “Era maoísta, en años lejanos en los que ni se había fundado el Moir; respondía al nombre de Sol Rojo y Fusil”.
Esa extraña mezcla de poética prochina con insurgencia doméstica no lo convenció. Así que se fue a donde los socialistas, con los troskistas más específicamente, que le parecieron sofisticados: se sentía más seguro siguiendo los planteamientos de Trotski, quien suscribió manifiestos con los surrealistas y fue amigo de André Breton, que con los compañeros que ansiaban repetir la Gran Marcha por esta tierra y a quienes no les gustaba su poesía. “La encontraban derrotista y muy sofisticada para sus bases”, expresa.
Samuel Jaramillo, como tantos otros jóvenes de esos años, se hizo socialista de tiempo completo. “Me eché sobre los hombros la responsabilidad de cambiar este país a punta de discursos, de vender prensa obrera escrita por intelectuales y de unirnos a cuanta lucha obrera y popular tenía ocurrencia. Vivíamos los días, con sus noches, angustiados porque los resultados eran exiguos a pesar de todo lo que trabajábamos”. Ayudó a los vecinos de los barrios de la Perseverancia y alrededores en su lucha contra la construcción de la avenida de los cerros; escribió en el periódico de su partido sesudos análisis marxistas, fue solidario con los pliegos de peticiones de los bancarios, de los maestros, de los obreros de Vanitex y un largo etcétera, en una época de paros y protestas. Pasaba horas en esos grupos de estudio, en los que la revolución permanente era la razón de su existencia.
Contra cualquier pronóstico se graduó de economista y de filósofo. Justo en ese tiempo comenzaron las divisiones de su partido y decidió viajar al exterior a doctorarse en dos cuestiones: una muy concreta, aspectos urbanos y regionales de la vivienda y la propiedad del suelo, y, otra más abstracta, teoría económica marxista. En Francia fue alumno preferido del sociólogo y urbanista Manuel Castells.
Por el lado de la militancia política había partidos para todos los gustos. Samuel Jaramillo recuerda divertido el primer grupo en el que militó. “Era maoísta, en años lejanos en los que ni se había fundado el Moir; respondía al nombre de Sol Rojo y Fusil”.
Esa extraña mezcla de poética prochina con insurgencia doméstica no lo convenció. Así que se fue a donde los socialistas, con los troskistas más específicamente, que le parecieron sofisticados: se sentía más seguro siguiendo los planteamientos de Trotski, quien suscribió manifiestos con los surrealistas y fue amigo de André Breton, que con los compañeros que ansiaban repetir la Gran Marcha por esta tierra y a quienes no les gustaba su poesía. “La encontraban derrotista y muy sofisticada para sus bases”, expresa.
Samuel Jaramillo, como tantos otros jóvenes de esos años, se hizo socialista de tiempo completo. “Me eché sobre los hombros la responsabilidad de cambiar este país a punta de discursos, de vender prensa obrera escrita por intelectuales y de unirnos a cuanta lucha obrera y popular tenía ocurrencia. Vivíamos los días, con sus noches, angustiados porque los resultados eran exiguos a pesar de todo lo que trabajábamos”. Ayudó a los vecinos de los barrios de la Perseverancia y alrededores en su lucha contra la construcción de la avenida de los cerros; escribió en el periódico de su partido sesudos análisis marxistas, fue solidario con los pliegos de peticiones de los bancarios, de los maestros, de los obreros de Vanitex y un largo etcétera, en una época de paros y protestas. Pasaba horas en esos grupos de estudio, en los que la revolución permanente era la razón de su existencia.
Contra cualquier pronóstico se graduó de economista y de filósofo. Justo en ese tiempo comenzaron las divisiones de su partido y decidió viajar al exterior a doctorarse en dos cuestiones: una muy concreta, aspectos urbanos y regionales de la vivienda y la propiedad del suelo, y, otra más abstracta, teoría económica marxista. En Francia fue alumno preferido del sociólogo y urbanista Manuel Castells.
Me eché sobre los hombros la
responsabilidad de cambiar este país a punta de discursos, de vender prensa
obrera escrita por intelectuales.
Ya doctorado, se vinculó al Cede y a dictar
clase en los Andes, lo que ha hecho en estos últimos cuarenta años, con breves
interrupciones. Ha sido también asesor en algunos ministerios y
profesor invitado en universidades de Nueva York y Buenos Aires.
De manera simultánea siguió escribiendo poesía con buena estrella. Ganó el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, una beca de Colcultura en Poesía y en el 2014 se le tributó homenaje, en la edición veinte y dos, del Festival de Poesía de Bogotá.
En la pasada feria del libro, la colección Zenócrate, de Los Andes, dirigida por el reconocido y lúcido poeta Fernando Denis y la Casa de Poesía Silva, lanzó el libro que recoge toda su obra poética (1973-2014), siete libros muy diferentes que corresponden a esos estadios particulares de su existencia, bajo el enorme título de ‘Altavoz Rescatado del Titanic’.
En el prólogo, Denis no ahorra halagos hacia la poesía de Samuel Jaramillo y advierte que “De este libro mágico asombra su pavorosa belleza”.
De manera simultánea siguió escribiendo poesía con buena estrella. Ganó el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, una beca de Colcultura en Poesía y en el 2014 se le tributó homenaje, en la edición veinte y dos, del Festival de Poesía de Bogotá.
En la pasada feria del libro, la colección Zenócrate, de Los Andes, dirigida por el reconocido y lúcido poeta Fernando Denis y la Casa de Poesía Silva, lanzó el libro que recoge toda su obra poética (1973-2014), siete libros muy diferentes que corresponden a esos estadios particulares de su existencia, bajo el enorme título de ‘Altavoz Rescatado del Titanic’.
En el prólogo, Denis no ahorra halagos hacia la poesía de Samuel Jaramillo y advierte que “De este libro mágico asombra su pavorosa belleza”.
AFORTUNADAS SEÑALES
Llegar a donde ha llegado Samuel Jaramillo como poeta no solo
ha sido producto de su esfuerzo y de su trabajo sino, como él mismo admite, de
ventajas comparativas como haber contado con el respaldo de intelectuales como
Andrés Holguín, que le publicó varios poemas en su revista y de los que
escribió varias veces admirado. “En su labor poética hay un cuidadoso trabajo
con el lenguaje, con la expresión, con los símbolos”, afirmó Holguín. Ayudó, y
mucho, también, haber ganado concursos universitarios, que le publicaran
algunos de los poemas que mandaba a los medios y que sus libros hubieran
encontrado editores y lectores.
A medida que se va madurando, la narrativa ocupa un estrato en la imaginación que no digo que sea mejor o peor, pero que es distinto. Ese es un tránsito peligroso porque no a todos los poetas les va bien. Hay poetas muy buenos que se lanzan a escribir novelas, y el resultado es lamentable”, reflexiona en voz alta Samuel Jaramillo.
“Mi primer libro de poesía, en 1973, Ásperos Golpes, me dio mucha seguridad; me sentí cómodo y recibí buenos comentarios”.
Sin embargo, esa ha sido su publicación menos exitosa, se vendió poco. Tanto que Samuel pasó años buscando a un comprador de una librería de donde solo se vendieron dos ejemplares: el que él compró y otro más. Con el correr de los años encontró a esa anónima mecenas: su actual compañera, la socióloga Elena Useche. Las casualidades del destino. De cada uno de los otros seis libros relata los secretos que les dieron vida y, por su puesto, han hecho que crezca su audiencia.
A medida que se va madurando, la narrativa ocupa un estrato en la imaginación que no digo que sea mejor o peor, pero que es distinto. Ese es un tránsito peligroso porque no a todos los poetas les va bien. Hay poetas muy buenos que se lanzan a escribir novelas, y el resultado es lamentable”, reflexiona en voz alta Samuel Jaramillo.
“Mi primer libro de poesía, en 1973, Ásperos Golpes, me dio mucha seguridad; me sentí cómodo y recibí buenos comentarios”.
Sin embargo, esa ha sido su publicación menos exitosa, se vendió poco. Tanto que Samuel pasó años buscando a un comprador de una librería de donde solo se vendieron dos ejemplares: el que él compró y otro más. Con el correr de los años encontró a esa anónima mecenas: su actual compañera, la socióloga Elena Useche. Las casualidades del destino. De cada uno de los otros seis libros relata los secretos que les dieron vida y, por su puesto, han hecho que crezca su audiencia.
En su labor poética hay un cuidadoso trabajo con el lenguaje,
con la expresión, con los símbolos Más que sabio.
En esa búsqueda
constante en que viven escritores, como él, con tanto por decir, se encontró
Samuel Jaramillo con un personaje que lo cautivó y sobre el que escribió con
gran placer porque considera que, con su trabajo, reivindicó al científico y al
patriota excelso.
Durante siete años, Samuel Jaramillo investigó, leyó y construyó un relato novelado sobre Francisco José de Caldas.
“Tenía una idea de cartón estereotipada sobre Caldas. La historia que le enseñan a uno en la primaria. Desde que inicié la investigación tuve una identificación generacional con esos próceres que lucharon por la Independencia con enorme generosidad y grandes limitaciones, y que hasta entregaron su vida por la causa.
Caldas se me presentó como un reto. Tuvo una enorme vocación científica y desarrolló una estrategia para, en medio de las carencias, llevar a cabo su cometido, pero la guerra lo sacó de esa empresa de investigación. A partir de su correspondencia, unas trescientas cartas, pude reconstruir su diario. La mitad de las frases de mi libro: Diario de la luz y las tinieblas, son de la autoría de Caldas, de su propia mano”.
Ese Diario… primero lo publicó la Editorial Norma. Esa edición se agotó a los tres meses y luego, por razones que el autor desconoce, no se reeditó, aunque a las librerías que llegaba le decían que enviara más ejemplares porque la gente lo pedía, pero no fue posible y hasta les hicieron una solicitud de trescientos libros para acompañar una exposición sobre el sabio, que no fue atendida por la editorial. Hasta que el Fondo Editorial de los Andes hizo una nueva edición que ha tenido muy buena acogida y fue comprado por el Estado para ponerlo en todas las bibliotecas del país.
Con esos antecedentes, entonces, Samuel Jaramillo procedió a desempolvar una historia, en buena parte narrada por su madre, pero que une retazos de su historia personal con la de su compañera en la crónica roja de una ciudad de tierra caliente y con relatos que tenía archivados. Como corresponde a su linaje, la bautizó de manera poética: Dime si en la cordillera sopla el viento, editada por Alfaguara, que ha tenido eco en el reducido mundo de la crítica literaria nacional.
A partir de una fotografía de tres muchachas, Samuel Jaramillo construye un relato interesante e interesado. No solo quiere mostrar la valentía de un puñado de hombres y mujeres que colonizan una tierra agreste, sino que de paso hace ajustes de cuentas con esas élites de ciudades intermedias que suelen ser más crueles y excluyentes que las familias más burguesas de la capital, y de paso entrelaza relatos domésticos, familiares, con sucesos nacionales.
“Me interesaba, además, explorar ese juicio que repite que nosotros, los colombianos, hemos sido una sociedad violenta desde la conquista hasta hoy. Considero que eso no solo es falso sino muy inmovilizador. Hemos tenido etapas pacíficas de las que no se habla. Quise explorar también sobre cómo se recoge la memoria colectiva”.
Durante siete años, Samuel Jaramillo investigó, leyó y construyó un relato novelado sobre Francisco José de Caldas.
“Tenía una idea de cartón estereotipada sobre Caldas. La historia que le enseñan a uno en la primaria. Desde que inicié la investigación tuve una identificación generacional con esos próceres que lucharon por la Independencia con enorme generosidad y grandes limitaciones, y que hasta entregaron su vida por la causa.
Caldas se me presentó como un reto. Tuvo una enorme vocación científica y desarrolló una estrategia para, en medio de las carencias, llevar a cabo su cometido, pero la guerra lo sacó de esa empresa de investigación. A partir de su correspondencia, unas trescientas cartas, pude reconstruir su diario. La mitad de las frases de mi libro: Diario de la luz y las tinieblas, son de la autoría de Caldas, de su propia mano”.
Ese Diario… primero lo publicó la Editorial Norma. Esa edición se agotó a los tres meses y luego, por razones que el autor desconoce, no se reeditó, aunque a las librerías que llegaba le decían que enviara más ejemplares porque la gente lo pedía, pero no fue posible y hasta les hicieron una solicitud de trescientos libros para acompañar una exposición sobre el sabio, que no fue atendida por la editorial. Hasta que el Fondo Editorial de los Andes hizo una nueva edición que ha tenido muy buena acogida y fue comprado por el Estado para ponerlo en todas las bibliotecas del país.
Con esos antecedentes, entonces, Samuel Jaramillo procedió a desempolvar una historia, en buena parte narrada por su madre, pero que une retazos de su historia personal con la de su compañera en la crónica roja de una ciudad de tierra caliente y con relatos que tenía archivados. Como corresponde a su linaje, la bautizó de manera poética: Dime si en la cordillera sopla el viento, editada por Alfaguara, que ha tenido eco en el reducido mundo de la crítica literaria nacional.
A partir de una fotografía de tres muchachas, Samuel Jaramillo construye un relato interesante e interesado. No solo quiere mostrar la valentía de un puñado de hombres y mujeres que colonizan una tierra agreste, sino que de paso hace ajustes de cuentas con esas élites de ciudades intermedias que suelen ser más crueles y excluyentes que las familias más burguesas de la capital, y de paso entrelaza relatos domésticos, familiares, con sucesos nacionales.
“Me interesaba, además, explorar ese juicio que repite que nosotros, los colombianos, hemos sido una sociedad violenta desde la conquista hasta hoy. Considero que eso no solo es falso sino muy inmovilizador. Hemos tenido etapas pacíficas de las que no se habla. Quise explorar también sobre cómo se recoge la memoria colectiva”.
CIENCIA FICCIÓN
Y
como quien no quiere la cosa, nos cuenta que anda dándole los últimos toques a
una serie de cuentos de ciencia ficción, porque algún día encontró que la
literatura latinoamericana, no solo la colombiana, carecía de estos. “Grandes
escritores han explorado esta temática. Es un género que habla del presente,
del problema de la tecnología. Uno de esos cuentos tiene ocurrencia en mi
calle, en La Raqueta, en el tradicional barrio del Bosque Izquierdo, en el
centro de Bogotá.
Samuel Jaramillo escribe un relato multidisciplinario con un lenguaje preciso, refinado y convincente que da gusto leer y recomendar.