sábado, 21 de diciembre de 2024

QUERIDAS LECTORAS, QUERIDOS LECTORES (ANAGRAMA DICIEMBRE 13 DEL 2024)

 


«Muchos lo ignoran, pero en el infierno hay un lugar reservado para quienes empiezan sus artículos con una cita», escribió una vez Francisco Casavella. Nosotros, que no tenemos al infierno, nos permitimos comenzar esta newsletter con las inspiradas palabras que pronunció cuando recibió el Premio Nadal en 2008 por Lo que sé de los vampiros: «Que todo es terrible, pero nada es serio; que no hay demasiada esperanza, pero todo es una especie de broma; que nada es blanco o negro, sino que todo es blanco y negro... como algunos gatos, se me ocurre ahora».

Hoy queremos hablaros de este autor excelente, inalcanzable, ‘cazador de paradojas’, como definió a los novelistas en una ocasión; un autor maldito y apasionado, un escritor mítico y un mito escritural. Nacido en Barcelona el 15 de octubre de 1963 bajo el nombre de Francisco José García Hortelano, utilizó como pseudónimo el apellido de su abuelo materno, Casavella, para distinguirse de su admirado Juan García Hortelano, el autor de El gran momento de Mary Tribune. Francisco Casavella se dio a conocer en los años ochenta como articulista de prensa en revistas de cine y de música, aunque no fue hasta 1990 que sorprendió al público con El triunfo, su primera novela, ambientada en el Paralelo barcelonés y con la que ganaría el Premio Tigre Juan. Después llegarían sus novelas Quédate (1993), Un enano español se suicida en Las Vegas (1997), El secreto de las fiestas (1997) y, antes de Lo que sé de los vampiros (2008), su obra más reconocida: la trilogía El día del Watusi (2003), tres novelas colosales y fundacionales que retrataban una Transición repleta de escándalos políticos y financieros, así como una Barcelona «destruida, sonámbula, corrupta», una ciudad de bajos fondos, canalla, protagonizada por personajes picarescos y arribistas, y que sería un escenario recurrente en su escritura verborreica, divertida, tierna, aventurera y subversiva. En palabras de Kiko Amat, Casavella era «un submarinista nato del inframundo».


Poco podíamos imaginar, cuando pronunció el discurso de aceptación del Premio Nadal en 2008, que moriría en diciembre de ese mismo año, debido a un infarto, poniendo así un fin apresurado, doloroso e injusto a un talento y un oficio enorme.

Desde entonces, Casavella y su obra se han convertido en una figura icónica del malditismo –algo que, al parecer, siempre detestó–, y han vivido un proceso de recuperación que ha incluido la adaptación cinematográfica en 2010 de su novela El idioma imposible (la tercera parte de El día del Watusi, dirigida por Rodrigo Rodero); la exitosa adaptación teatral de la trilogía, el año pasado, por parte de Iván Morales, en un montaje protagonizado por Enric Auquer; así como la reedición de su obra por parte de Anagrama, comenzando por la publicación en 2016 de El día del Watusi en un solo volumen (con prólogos de Carlos Zanón y Kiko Amat y un epílogo de Miqui Otero) y continuando con sus otras novelas, hasta la recuperación reciente de Lo que sé de los vampiros, una obra ambientada en el siglo XVIII que nos invita a conocer los claroscuros de los grandes acontecimientos históricos.

Desconocemos si, en un rocambolesco juego de contrarios, acabar este texto con otra cita nos podría llevar de vuelta al cielo. Sea como fuere, nosotros queremos abrazar la paradoja y cerrar esta newsletter con sus palabras: «La mejor herencia que puede tener el ser humano es ir cogiendo lo mejor de alguien que ha desaparecido y transmitírselo a una generación venidera». Amén.

PILDORAS 

PARA ESTE DÍA

Fiesta de presentación de El triunfo en Nick Havanna

Cuando en 1990 Francisco Casavella publicó El triunfo, su editorial, Versal, organizó una fiesta rumbera en la sala Nick Havanna que contó con las actuaciones, entre otros, de Chipén, Estrellas de Gracia, Ramonet y Los Pocholos (llegaron a coincidir hasta veinte músicos en el escenario). Un verdadero fiestón, muy en consonancia con el espíritu del libro, y que quedó inmortalizado en este vídeo.

Anoxia, Libro del Año Región de Murcia

El escritor Miguel Ángel Hernández ha sido merecedor del premio Libro del Año Región de Murcia por Anoxia, publicado en 2023. La novela se pregunta cuál es nuestra relación con los muertos a partir de un excéntrico anciano obsesionado con recuperar la antigua tradición de fotografiarlos. El premio está dotado con 4.000 euros y se entregará el 19 de diciembre de 2024, a las 18.30 horas en el Hemiciclo de la Facultad de Letras de la UMU. ¡Muchas felicidades, Miguel Ángel!


Entrevista con Juan Tallón, por Elena Hevia

Invitamos al novelista Juan Tallón a charlar con la periodista Elena Hevia alrededor de El mejor del mundo, la última obra del escritor gallego, en el Bar Buenavista de Barcelona. En la conversación hablaron tanto de la nueva novela como del anterior libro de Tallón, Obra maestra, y también de otros temas como la lectura o la relación entre escritura y periodismo. Podéis ver el vídeo resultante aquí:  Se encuentra en yotube.

«El Watusi» de Ray Barretto

La vinculación de Francisco Casavella con la música es inmensa y prolífica, tanto en su vida personal –como melómano y crítico musical– como en su obra. En El día del Watusi las referencias son tan numerosas como colosal es la obra (hay más de ciento veinte canciones referenciadas, que podéis consultar aquí), pero hay una que sobresale por encima de todas las demás, y que es la que da nombre al título: «El Watusi» de Ray Barretto. En la misma novela se habla así de ella: «¿Cómo resumir la canción? No la transcribiré. El verdadero gancho es el ritmo contagioso, la alegría musical. Pero eso ya lo conocía. Lo inquietante, por ridículo, era el contenido, las frases que yo había estado buscando durante tantos años esperando un complemento, palabras para algo que sentía». Con ella os dejamos.

sábado, 7 de diciembre de 2024

DORIS PARA LA MEMORIA

Ana Bejarano, abogada de muchos kilates, excelente columnista, con una agudeza, rigor y honestidad excepcional, nos entrega desde la revista cambio, este merecido homenaje a la escultora colombiana Doris Salcedo, quien siempre nos sorprende por sus bellas, disientes y adoloridas instalaciones, que como catarsis nos recuerdan muchos de los eventos violentos desde el dolor de la victimas. Cesar H Bustamante.


 ¿Quién

dice que se nos murió todo

cuando se nos quebraron los ojos?

Todo despertó, todo comenzó.


Con todos los pensamientos me fui, Paul Celan.

 


El mundo premia de nuevo a la maestra Doris Salcedo. La familia imperial de Japón le otorga el Praemium Imperiale, el más importante reconocimiento de las artes en el mundo. Salcedo es una escultora que ha hecho historia y tristemente es en el extranjero en donde más se le ha aplaudido.


Imagen Doris Salcedo

La maestra Doris Salcedo es la primera colombiana en recibir el Praemium Imperiale y comparte el podio con artistas como Yo-Yo Ma, James Turrell, Martin Scorsese, Placido Domingo, Francis Ford Coppola, Judi Dench y Sofia Loren.

A su prolífica obra la entrelaza el ejercicio de empatía que impulsa cada instalación, acción colectiva o pieza intervenida. Su interés por escuchar, recoger, inspirarse y contaminarse del contexto se plasma en los centenares de trabajos de campo que desde hace décadas nutren su trabajo.


Ese deseo de sumergirse en el sujeto que la ocupa tal vez empezó con una serendipia que marcó su vida y la del país. Tras regresar de Nueva York, en donde se hizo maestra en Bellas Artes, trabajaba en la Biblioteca Luis Ángel Arango a tres cuadras del Palacio de Justicia. El 6 de noviembre de 1985, cuando empezó la toma, Doris escuchó las primeras balas y al bajar a la plaza encontró los tanques del Ejército.  


Devastada con lo que presenció, se sentó a recoger recortes de prensa. Eran pocos; nadie hablaba de eso. Desesperada con el silencio, buscó hacer una obra con los objetos que quedaron de la quema del Palacio, pero enfrentó la primera de varias censuras de su obra. Esa negación, según ella, fue el momento más importante de su carrera, porque la empujó a la calle.    


Calle que convirtió en lienzo en diferentes esquinas del mundo, como la de la once con carrera séptima en Bogotá desde donde descolgó 280 sillas, cada una en el minuto exacto en el que cada víctima perdió la vida durante “Noviembre 6 y 7”. Una obra que vivió por 53 horas, como el asalto.  


Con instalaciones imponentes u objetos microscópicamente intervenidos, la propuesta de Salcedo sobre el dolor que deja la violencia y sobre la justicia que esconde un proceso de memoria es una de las más potentes y originales en el mundo. Parece apenas justo que este país, tan presto a producir sufrimiento, también conciba a una de las artistas que mejor ha sabido pensarlo y reflejarlo. 


Tras décadas de premios y aplausos, la sigue moviendo la injusticia testimonial que busca reparar con su arte. Siempre vuelve a sentir incomodidad con la ausencia de relatos y reflexiones que permitan interpretar y tramitar la violencia. Una carrera artística dedicada al duelo: el vidrio quebrantado para nombrar a los líderes sociales asesinados, el “Palimpsesto”, que trasluce los migrantes que se pierden en el mar, “La casa viuda”, que deja el desplazamiento forzado, la “Shibboleth”, que parte el piso de la Tate Modern, la “Plegaria muda” por los ejecutados extrajudicialmente. 


Es el esfuerzo por entender cómo viven las víctimas después. ¿Qué queda? Y advierte Doris: “Cuando a alguien le importa tu dolor, duele menos”. Es la solidaridad que la cambió y la sigue cambiando. Como su escultura, en constante transformación, ante los distintos rostros que la inspiran: la niña que se rehusó a quitarse el vestido que llevaba el día que presenció cómo mataban a su madre, la mujer que lavaba religiosamente las camisas del esposo asesinado, la enfermera torturada, todos los que ya no están y los que quedan. 


Y son esas historias sumadas a la maestría de una escultora brillante, meticulosa y obsesiva, que invitan a reflexiones conmovedoras. La precisión de sus propuestas, incluso o especialmente cuando son monumentales, es también reconocer que la belleza es una forma de devolver dignidad. Las vidas que se llevó la violencia ahora persisten enaltecidas por su arte: para eso sirve su remembranza. 


Por eso también es un trabajo colaborativo —tiene que serlo—, porque se ocupa de la movilización de otros, de despertar sus memorias. Los “Fragmentos” que armó con las víctimas de esclavización sexual en la guerra, los diez mil voluntarios que sumaron sus ausencias, el equipo de científicos, arquitectos, ingenieros, carpinteros y todo tipo de sabios que la asisten a materializar sus visiones. Es su invitación a una performance colectiva para evocar.   


Los muebles atiborrados de cemento, deformados con huesos, tejidos con pelo o con pasto que crece de sus grietas, el tapiz hilvanado con pétalos de rosa, las lágrimas que ocultan y develan nombres en el Palacio de Cristal, las camisas atravesadas por barras de acero, las armas fundidas para cubrir el piso: gestas poéticas para no olvidar. 


Salcedo es la voz de la conmoción que silenciamos. Tal vez por eso, a pesar de las ovaciones internacionales, está incondicionalmente atada a este lugar y su dolor, a las primeras balas que escuchó ese 6 de noviembre de 1985 y al silencio que vino después. Una mujer amable, solidaria, contestataria y prendada a una tierra llena de negacionistas e indolentes, que a veces parecieran empecinados en olvidarla a ella también.