He querido traer este artículo aparecido en el periódico “El Clarin”, de
buenos Aires, en la revista Ñ concretamente, trabaja una pregunta fundamental
para estos tiempos tan agitados y confusos: ¿qué piensa la filosofía?, trata de
responder Jean-Luc Marion y que sirve de base a este artículo de Esteban
Lerardo
El libro del filósofo francés -recientemente editado- plantea un desafío
fenomenológico: que la conciencia atienda a lo dado, a lo que se nos muestra.
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26/03/2020 -
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Revista Ñ Ideas
La filosofía
busca siempre capturar algo real. Esa es también la búsqueda del pensador
francés Jean-Luc Marion (1946). Sus reflexiones recorren los senderos de la
fenomenología, un modo de pensar, uno de cuyos principios fundamentales, la
epojé (dejar nuestro juicio y todo aquello que conocemos en suspensión),
pretende poner entre paréntesis la llamada actitud natural ante las cosas, para
que la conciencia atienda a lo dado, a lo que se nos muestra o entrega.
En esa
aventura fenomenológica Marion reincide en Retomando lo dado, publicado por la
Colección Hermenéutica (Unsam edita, 2019).
Marion fue
compañero de estudios de personajes como Emmanuel Lévinas, Jacques Derrida,
Louis Althusser o Michel Henry. Pero su pasión por un pensar filosófico, en el
que sobresale su competencia en Edmund Husserl y René Descartes, se funde
también con el interés por la teología, influido por Henri de Lubac y Hans Urs
von Balthasar. Por eso su obra es ejemplo del “giro teológico de la
fenomenología francesa”. Encuentro entre filosofía y teología en las obras de
Marion, como, por ejemplo, en Dios sin el ser (1982), Siendo dado. Ensayo para
una fenomenología de la donación (2008), o El fenómeno erótico. Seis
meditaciones (2005).
Marion nos
recuerda que lo dado no se da inmediatamente. Lo dado no es solo lo que se
muestra sino también el modo como al sujeto se le pueden manifestar las cosas.
Porque el mundo no es un conjunto de objetos, de cosas, de casas, árboles,
montañas, que estén ahí dados, sino que las cosas pueden dársenos desde ciertas
condiciones de posibilidad que siempre vienen del sujeto. El sujeto percibe
desde el espacio y el tiempo, y solo en ese horizonte se nos dan las cosas en
el mundo.
Pero en lo
que se nos muestra o da está también todo lo que queda fuera de nuestra vista.
Aquello que se esconde solo es captable, subraya Marion, por la hermenéutica,
por el arte de la interpretación.
Y algo queda
sin mostrarse porque nuestra razón, nuestro poder de conocimiento es finito,
por eso las cosas se reservan algo que no nos muestran.
Lo que no se
nos muestra es lo que no comprendemos desde la razón. Cuando se admira algo que
no se comprende esto más se nos dona, más acontece, deviene acontecimiento.
Ejemplos de ese acontecer son la poesía en Martin Heidegger, el rostro en
Levinas, el amor en Marion.
El amor en
este pensador, como se adelantó, no se desliga de un trasfondo teológico; se
vincula al modo como Dios se dona.
Dios para la
teología positiva es lo que puede ser conocido. Posición de la escolástica, y
de la actitud de demostrar racionalmente la existencia del Dios revelado como,
por ejemplo, a través del célebre argumento ontológico de San Anselmo en la
edad media, que definió a Dios como “aquel del que nada más grande (que Él)
puede ser pensado”.
Pero hay en
Dios, como principio teológico, o en su equivalente filosófico del Ser, lo que
no puede mostrarse, y por lo tanto conocerse.
En la
conciencia de lo que el Ser no muestra, que persigue Marion, incide también lo
que Heidegger llamó lo onto-teológico, la dimensión por la que el Ser es
reducido a un ente que siempre se muestra y puede ser conocido.
Dios no se
entrega o muestra como lo que puede conocerse en sí mismo. Por eso frente a Él
podemos sentir admiración o temor porque “excede nuestra facultad”, como afirma
el Santo Tomás de la Suma teológica que Marion recuerda.
Reducir a
Dios a un fundamento que el intelecto pueda capturar es confundir su
naturaleza: Dios no es un ente, un principio constante que se entrega al
pensamiento racional. Por el contrario, según el autor de Dios sin el ser, Dios
solo se muestra en su profundidad como don y como amor.
La fe siempre
está para decir que Dios se da desde el creer en Él, y que eso nos lleva a
entenderlo.
Pero esa
sería la tesitura de una teología no mediada por la crítica filosófica que
determina límites. Por eso Marion vuelve a enfatizar el límite de nuestra
capacidad para entender racionalmente a Dios. Dios no se muestra a nuestra
comprensión limitada finita, sino que solo se da por el amor, porque “el amor
va más allá del entendimiento porque posee la capacidad de desear aquello que
no nos está dado conocer; el entendimiento, por su parte, carece de esta
capacidad”.
La teología
así reformulada desde el pensar fenomenológico de Marion ya no es un discurso
“sobre Dios”, sino un discurso “a Dios”, un discurso teológico y filosófico
racional, no místico, pero imbuido de una erótica de la donación, del amor como
un donarse o acontecer de Dios.
Así fluye la
revelación de Dios, propia de la creencia religiosa cristiana, a la que Marion
como creyente adhiere, pero desde un punto de coincidencia con una mirada
filosófica fenomenológica.
Y el
acontecimiento del amor de Dios como huella de la obra anterior de Marion, se
complementa con el punto de llegada de Retomando lo dado.
En ese punto
Marion alude al acontecer desde lo imprevisible, desde lo que no puede
preverse. Esto es lo propio de la sorpresa. Es lo que “no admite ninguna
explicación precedente”, solo “adviene” y lo hace al no ser planificado o
preparado desde lo dado que ya conocemos. Solo así podemos convertirnos en
posibles testigos de un nuevo inicio.
Como
sentenció Aristóteles, seguido en esta senda luego por Karl Jaspers, “el
asombro permite el comienzo de la filosofía”. Y solo por la sorpresa, por el
irrumpir de lo que no conocemos, agrega Marion, se “puede esperar el nuevo
comienzo”.
(*) Filósofo,
docente y escritor, su último libro publicado recientemente es La sociedad de
la excitación, y la novela inédita El dibujo de Leonardo.