No es fácil mantener con calidad tres blog, pero circunstancias de la vida y el deseo de darle a la literatura la divulgación que amerita como herramienta escrutadora de la dimensión humana, que ayuda a descifrar la intrincada naturaleza del hombre, me obligan a continuar con este esfuerzo, que siendo grato, requiere de tiempo y dedicación. En este blog seguirán apareciendo los mejores artículos de literatura semanal, que en mi apreciación deben ser divulgados.
Este
artículo fue publicado hace más de tres años y su vigencia resulta ser absoluta,
no ha tenido ninguna modificación ni actualización.
Yo he pensado, alguna vez, escribir
una historia del libro. No desde el punto de vista físico. No me interesan los
libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser
desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido. Jorge Luis Borges.
El
escritor Héctor Abad Faciolince, en una reciente columna en el diario el
espectador de Colombia, escribía sobre las virtudes de la tecnología que nos
permite tener una Biblioteca infinita a nuestra disposición, señalaba con
asombro que: “En una memoria USB de buena capacidad, del tamaño del dedo
meñique, puede caber la Enciclopedia Británica, las Obras Completas de todos
los escritores del Boom latinoamericano, el directorio telefónico de Calcuta,
los Evangelios apócrifos y los auténticos, todas las traducciones existentes
del Corán, las cien mejores novelas francesas del siglo XIX, los Principios de
Newton y hasta las Elegías de varones ilustres de Indias, que casi no caben en
ningún libro de papel”. Confieso que desde hace seis años, soy un lector de pantalla
compulsivo, no me cuesta ningún esfuerzo leer una novela o un ensayo en mi PC,
he oteado la red con una paciencia de relojero y gracias a ello gozo de una
biblioteca digital importante, almacenada como un tesoro en la memoria de mi
PC, que me permite tener a la mano algo así como dos mil textos, que incluyen
no solamente aquellos clásicos imprescindibles en la vida, sino autores nuevos,
mucha narrativa latinoamericana, inclusive escritores excepcionales como
Bolaños, Guillermo Martínez, Mendoza……que antes era imposible tener a la mano,
por razones económicas, ausencia de publicaciones en nuestro país…….En fin.
Borges, en una de las conferencias mas hermosas, reunidas en un texto que se
titula Borges oral expresaba con una reverencia absoluta que: “De los diversos
instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro”. Es
indudable, se refería al libro tradicional, esa cosa hermosa, con pastas, una
solapa, un titulo y un mundo en su interior……en el mismo recordaba que en
“César y Cleopatra de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se
dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también,
la imaginación.” Que diría, ahora que esa memoria puede caber en tan poco y
esta a disposición de cualquier persona con un mínimo de tecnología, que
metáfora resultaría gracias a las mieles de esta realidad que no alcanzó el
escritor argentino. Una cosa es la historia del libro, de la escritura y otra
de la lectura como tal. El excelente libro de Mangel sobre la historia de la
lectura en occidente, reconoce momentos claves en este proceso histórico de la
lectura, rupturas y señala como la lectura oral constituye la partida de
bautizo del periplo histórico, que termina en la lectura digital. Según el
bibliotecólogo, Fernando Báez, citado por Edy de Souza, el primer libro data
del año 4100 a 3300 AC
(http://artedfactus.wordpress.com/2008/03/22/apuntes-sobre-la-historia-de-la-lectura-en-occidente/)
otros estudios señalan tres periodos claves (Alfaro López, Guglielmo Cavallo y Roger
Chartier) de manera taxativa se refieren a tres momentos en la lectura: “ Un
primer momento, que es el transito de la lectura oral a la lectura silenciosa,
después el paso de la lectura intensiva a la lectura extensiva, que es anterior
a Gutemberg, al salto de lo impreso y el tercero lo constituye la trasmisión
electrónica de los textos". Estamos en plena auge de la lectura digital,
de la revolución de la Web 2.0, del blog y por lo tanto de la biblioteca de
babel de la que hablaba Borges. Ahora seleccionar nuestras lecturas se hace no
solamente necesario, sino imprescindible frente al universo de posibilidades
que nos otorga la red. A ello se suma el intercambio de opiniones a través del
chat, el acceso a revistas especializadas, a tesis de grado de las mejores
universidades, el mundo impreso está al alcance de nuestro PC, esta realidad
genera más bien una angustia, el deseo de quien tiene todo a la mano, no puede
disfrutarlo por los límites de tiempo. Cuando nos referimos al texto,
recordaban los autores citados, que la lectura no está previamente inscrita en
el texto, es decir, que existe una distancia (hay que remarcar esto) entre el
sentido que transmite un texto, una vez que ha adquirido una forma definida, en
el dispositivo portador de lo escrito y lo que potencialmente son capaces de
realizar los lectores, una vez que se encuentran ante éste. En consecuencia, el
texto existe en la medida en que hay un lector que lo lee. Aquí es donde
comienza la historia de las prácticas de la lectura porque al historiador lo
que ha de interesarle son las maneras específicas que históricamente se han
dado de la relación entre el mundo del texto y el mundo del lector, con la
lectura digital, el texto adquiere vida de igual manera cuando se accede a él a
través de la red, que está siempre a su entera disposición. Con las bibliotecas
de almacenamiento creadas por portales como Google, el mundo impreso se reduce
a nuestra voluntad de acceder al mismo……esta posibilidad ya nos asombra de
antemano, nos conmueve.
Este excelente escritor Argentino
ganó el primer concurso Hispanoamericano del cuento Gabriel García Márquez,
el anterior articulo fue publicado en el blog literatura al día en el 2009, haciendo énfasis
a la relación de sus relatos con el mundo de las matemáticas. Para nosotros,
que le venimos leyendo hace mucho tiempo, este galardón que se suma a los
muchos que ha ganado no es ninguna sorpresa. Esperamos los lectores de DIRATO
LIBROS, empiecen a leerlo, no se arrepentirán, aquí publicamos un texto y una entrevista.
¿Qué significa ser escritor? Como con toda palabra asociada a
cierto prestigio, el intento de definición se empeña (inútilmente) por recortar
lo suficiente o identificar un rasgo que sugiera alguna clase de valor, más
allá de la comprobación tautológica de una cantidad de páginas escritas. La palabra es a la vez profunda y trivial, y basta cambiar la
entonación para que concurran distintas acepciones o gradaciones para
desglosar. En la acepción más llana y democrática un escritor es, me parece,
simplemente una persona que se ha dedicado con cierta consecuencia y al menos
durante una parte de su vida a escribir. Cualquier otro requisito que se quiera
imponer queda de inmediato bajo el fuego de contraejemplos. Por ejemplo: ¿Es
necesario haber publicado algo? No: Kafka, o cualquier escritor todavía inédito
que acumula manuscritos, o que se limita a escribir por amor al arte. Mi padre
nunca publicó en su vida y dejó una obra escrita apabullante. ¿Es necesario
haber escrito una cierta cantidad de libros? No: Rulfo y su obra mínima. ¿Es necesario
haber escrito durante toda la vida, para recibirlo como título honorífico al
final? No: Alain Fournier o Rimbaud. ¿Es necesario ser ungido por la academia?
No: Borges ignorado por nuestras facultades hasta 1965 y atacado durante muchos
años más. ¿Es necesario tener el reconocimiento de lectores? No: Di Benedetto y
su obra tanto tiempo no leída. ¿Es necesario haber sido publicado por un
editor? No: otra vez Borges y tantos otros, que se publicaron a sí mismos el
primer libro. ¿Es necesario tener alguna formación en particular? No: hay
ejemplos de todos los oficios terrestres y Piglia, famosamente, porque quería
ser escritor, decidió eludir la carrera de Letras.
Ahora bien, más allá de
esta acepción “democrática”, en los círculos literarios la palabra se usa como
contraseña para distinguir niveles. Por ejemplo, en la expresión “Te puede
gustar o no, pero es un escritor”. Aquí, “escritor” reconoce a quien tiene,
además de libros publicados, algo nuevo o interesante para decir, algo
personal, un mundo propio, que sobresale y se reconoce de algún modo. Entre
estos dos extremos están todas las gradaciones posibles, y también la que cada
cual elige como definición para sí.
Por Juan Carlos
Millán. Especial para EL MERIDIANO Cultural. Licenciado
en Matemática por la Universidad Nacional del Sur en 1984, doctor en Lógica en
1992, el ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez,
Guillermo Martínez, adelantó estudios posdoctorales en Oxford. Premio Planeta Argentina
con la novela Crímenes imperceptibles –traducida a 35 idiomas, y llevada al
cine por Álex de la Iglesia–, colabora habitualmente con artículos y reseñas en
distintos medios.
"Había un escritor
argentino que enviaba todos sus libros a concursos literarios y pegaba la
página 100 a la 101 para que cada vez que recibía rechazada la novela,
constataba si el jurado había leído la obra. Después, tras convertirse en
escritor y hacer parte de un Jurado, se da cuenta de que cada escritor se mueve
en una cárcel sintáctica, de tal manera que una persona acostumbrada a leer se
da cuenta de la clase de libro que tiene entre las manos y no necesita llegar
hasta la página 100. De tal manera que al final de su vida, este autor
reconoció que después de saber qué clase de escritor se está leyendo solo resta
ir hasta la página 100 y DESPEGARLA", recordó el
galardonado escritor durante una emotiva charla celebrada en la Biblioteca
Nacional como parte de la semana dedicada al Premio y a García Márquez, que
reunió a los cinco finalistas.
¿Qué importancia tienen
reconocimientos como el Premio Hispanoamericano de Cuento con el que usted acaba
de ser galardonado?
Yo inicié mi carrera
como escritor gracias a un premio literario con el que se reconoció mi primer
libro de cuentos. En los años noventa era muy difícil publicar en Argentina, y
mucho más si se trataba de un libro de cuentos; de tal manera que gracias a un
Premio del Fondo Nacional de las Artes, pude ver publicado Infierno grande.
Para mí los premios cumplen
con la importante función de descubrir, traer a la luz y ayudar a los autores
que recién comienzan sus carreras. Cuando comencé a publicar solo había cinco
editoriales que publicaban autores argentinos, pero ninguna de ellas arriesgaba
por nombres desconocidos.
¿Quiénes publicaban?
Aquellos que hacían parte del sistema, amigos de editores, los propios editores
y periodistas culturales, porque existía la estrategia de hacerse a un nombre y
un público en los diarios, para luego escribir una novela que tuviera
garantizada a sus lectores; primero se debía ejercer el periodismo para luego
convertirse en escritor, que son cosas muy distintas, aunque algunas veces
coincidan.
¿Cuál es la importancia de
reconocer un género como el del cuento?
El cuento tiene una
riqueza formal suficiente como para poder contener todos los temas literarios o
filosóficos. Y de algún modo ese fue uno de los aportes más importantes de
Borges al género: hacer de cada cuento algo así como un pequeño Aleph de la
literatura, una reproducción en miniatura de todas las formas literarias. La
novela es un desarrollo posterior, pero el género del cuento –como decía el propio
García Márquez– estuvo desde el principio; y creo que va a seguir estando,
porque es el arquetipo de cualquier narración.
¿Cuál es la temática de las
obras que integran Una felicidad repulsiva?
Este libro está
integrado por una serie de relatos fantásticos, aunque hay una serie de
registros en los que se percibe un tono familiar, un tono erótico; hay una
nuovelle que es un cuento de horror. En fin, hay varios registros. Yo trato de
hacer mis cuentos a veces en consonancia y otras en contravía de tradiciones
muy establecidas dentro del género. El primer cuento de este libro –El I Ching
y el hombre de los papeles– lo escribí hace 12 años, y fue mi regreso al género
después de muchos años, porque a pesar de escribir novelas tenía en lista de
espera una cantidad de temas a los que nunca les llegaba el momento. Y cuando
lo escribí, tuve la sensación de que este cuento inauguraría toda una serie.
¿Le costó trabajo volver a
escribir cuentos después de tanto tiempo?
La verdad, tuve que
buscar la aceptación del género, y se trató de un regreso con dificultades en
la medida que había perdido parte de la naturalidad con la que solía escribir
cuentos, durante la adolescencia y los primeros años dedicado al oficio. El
conjunto del libro se fue armando de una manera un poco imprevista a la que
faltaba la nuovelle con la que quería cerrarlo: Una madre protectora.
¿Por qué hacer un libro de
cuentos?
Yo también he escrito
novelas –cinco–, pero en general a mí se me ocurren una serie de ideas que
luego se convierten en cuentos. De hecho, cuatro de estas cinco novelas
originalmente estaban concebidas como cuentos, y este libro no se publicó antes
porque la nuovelle que tenía pensada para cerrar el libro –La muerte lenta de
Luciana B–, se convirtió en una novela. Luego hice un segundo intento con Yo
también tuve una novia bisexual, que también terminó convertida en una novela.
Comienzo con la idea de
escribir un relato largo quizá, no más allá de eso, pero algunas historias
cobran esa especie de segunda dimensión, que yo asocio con un elemento teórico,
que me obliga a contemplar la posibilidad de ampliar el relato para llevarlo al
género novelístico. En general, cuando comienzo a escribir no sé si el
resultado va a ser un cuento o una novela, pero trato de que cada historia tenga
la longitud que precisa.
¿Cómo escribe sus cuentos y
sus novelas?
Yo soy muy lento para
escribir, y no puedo darme el lujo de decidir si voy a escribir un cuento o una
novela, porque escribir un cuento también requiere tiempo y no es cosa de un
rato. De tal manera que si trabajo en una novela trato de terminarla, porque la
contrapartida de ese proceso tan lento es que nunca dejo proyectos a la mitad.
Por ejemplo, tardé seis meses en escribir Una madre protectora.
¿Le preocupa el público y
el cambio que se pueda estar gestando con las nuevas tecnologías?
La realidad es mucho más
astuta, contradictoria y diversa de lo que parecerían sugerir las tendencias
principales. El libro típico que espera un editor norteamericano es un libro
grande, y nosotros solemos definir a las novelas argentinas como finitas y raras,
porque la concepción que tenemos allá no es la del mamotreto. Y no por eso se
venden más, desde luego, porque no existe una correlación entre la cantidad de
páginas que pueda tener una obra y el interés del público.
Resulta interesante cómo se
verá afectada la manera de leer y la literatura del futuro, pero yo como
escritor nunca me planteo esas cuestiones. Pienso en el texto que tengo entre
manos como un problema en sí mismo, al igual que los matemáticos no se
preguntan si de aquello que intentan resolver saldrá una industria o qué otra
cosa.
A veces se sufre con las
consecuencias, pero eso también resulta imprevisible. Cuando terminé de
escribir Crímenes imperceptibles, que es mi novela más traducida y la de mayor
éxito en ventas, recuerdo haberle dicho a mi mujer de ese entonces que esa obra
solo la iban a poder leer matemáticos, y mis expectativas no iban más allá de
que el libro tuviera cierta acogida en la Facultad de Ciencias Exactas. Por
otra parte, los depósitos de las editoriales están llenos de libros que se
suponían predestinados a ser grandes best sellers.
Leer para escribir
¿Qué papel juega el legado
de Gabriel García Márquez en su obra?
García Márquez me parece
que dejó una lección de vida admirable respecto a lo que implica ser un
escritor y un intelectual de nuestro tiempo. Como escritor, a mí me han llamado
particularmente la atención sus nouvelles –que es un género que me interesa–,
porque además fueron las primeras que tuve la oportunidad de leer: La
hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, y sobre todo La mala
hora. Esa es la zona de García Márquez que más me interesa como escritor.
Eso no significa que como
lector no disfrute la lectura de autores que escriben muy diferente a lo que yo
hago, porque no tengo una visión literaria tan sesgada como para no poder
apreciar otros modos muy distintos de expresarse, de tal manera que también
admiro profundamente esas grandes novelas que nos dejó García Márquez.
Aunque el propio García
Márquez rescataba la oralidad y esas historias que contaba su abuela, también
está presente en su obra el legado de Alejo Carpentier, de tal manera que logra
decantar todo ese preciosismo que venía del Barroco Latinoamericano para darle
una renovada fuerza que resulta avasallante, y que está tan presente en esas
grandes nouvelles.
Usted viene de una familia
políticamente comprometida. ¿Qué tanto pesa el compromiso político en su propia
obra?
Por eso decía que para mí
García Márquez era un ejemplo de vida, en la medida que siempre defendió causas
que podían resultar muy incómodas y que le podían restar miles y miles de
lectores. En mi obra ese tipo de compromiso político no está tan presente
porque siempre descreí del compromiso político en la esfera literaria. Yo fui
militante político y me parecía que poco o nada podía hacerse desde los libros,
en la medida que una obra literaria llega a su público en tiempos distintos que
puede abarcar generaciones.
Además de escritor, usted
es doctor en Ciencias Matemáticas. ¿Qué tanto hay de evasión en la
determinación de escribir?
Escribí desde muy chico y
la literatura siempre ha estado en mi vida; de tal manera que nunca sentí el
estudio de las ciencias exactas como un corsé, al revés. Por ejemplo, el
estudio de las lógicas polivalentes –que son un intento de dejar atrás la
lógica binaria–, ya que encuentro que dentro de la lógica matemática también
hay un espacio para la paradoja, la creación y la innovación. Pienso por
ejemplo en los fractales, que son estructuras con ciertas patologías y
monstruosidades que remiten de inmediato a la literatura fantástica.
¿Qué tanto lo inspiró
Ernesto Sábato en esa intención de seguir la vocación de escritor?
Ernesto Sábato no me parece
un buen ejemplo, porque se trata de alguien que siempre renegó de la Ciencia, e
incluso entró en una especie de misticismo anticientificista, que sin embargo
no le impidió ir a buscar su premio a Rumania en un avión. Abominar de la
ciencia en general resulta reduccionista, porque allí también se encuentran
sutilezas admirables en la manera de pensar, e incluso hay una riqueza comparable
o superior a otros campos del conocimiento respecto a la audacia del
pensamiento.
De Sábato me interesan
algunos ensayos de su primera época, o su novela El Túnel; y como pasa con casi
todos los escritores, hay una parte de su obra que merece ser rescatada, porque
a veces se suele caer en la tentación de abominar de la obra de alguien en su
conjunto. Yo por ejemplo al principio era el escritor de Bahía Blanca, luego
fui el escritor matemático y después el escritor de policiales. No es así,
porque yo aspiro a ser escritor a secas. Muchos noveles escritores se ven
enfrentados a la paradoja de estudiar una 'carrera seria' y dedicarse a la
literatura.
¿Le ocurrió algo parecido?
Mi papá se daba cuenta de
que era muy difícil ganarse la vida a través de la literatura, y quería que yo
terminara una 'carrera seria', para luego hacer lo que había hecho él mismo:
era ingeniero agrónomo, pero después se dedicó a escribir y a leer, de manera
que terminó haciendo lo que quiso.
A su muerte –él era un muy
buen cuentista y muy prolífico, además–, hicimos una selección junto con mis
hermanos de aquellos cuentos que circulaban dentro de la familia, que él había
corregido en su momento y alguno de los cuales incluso ganó un premio
literario. El libro se llamó Un mito familiar, y alcanzó a tener un recorrido
literario.
Después, yo mismo descubrí
que dentro del ambiente literario argentino, aunque casi ningún escritor vive
de sus libros, hay toda una cantidad de espacios para vivir de la literatura en
un sentido general: talleres, cursos, conferencias; muchos escritores viven de
ese entorno literario.
Usted se ha referido en
varias oportunidades a la importancia que tuvo la biblioteca pública en su
formación como escritor…
La Biblioteca Pública
Rivadavia en Bahía Blanca es una biblioteca muy hermosa y muy completa –durante
mucho tiempo fue la biblioteca pública más completa de América Latina–, en la
que por ejemplo tuve la oportunidad de leer gran cantidad de novelas
policiacas, libros de Julio Verne, y colecciones estupendas como la de Robin
Hood, o Iridium.
Recuerdo que allí también
leí mi primer libro largo, de lo cual estaba muy orgulloso, que fue El conde de
Montecristo. Estaba todo, y mi papá tenía la función de conseguir los libros
que solicitaban algunos de los usuarios y que le interesaban a él mismo: hacía
listas de libros que luego se incorporaban al patrimonio general de la
biblioteca.
DATOS:
Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962). Se radicó en Buenos Aires en 1985,
donde se doctoró en Ciencias Matemáticas. Posteriormente residió dos años en
Oxford, Gran Bretaña, con una beca de postdoctorado del CONICET. En 1982 obtuvo
el Primer Premio del Certamen Nacional de Cuentos Roberto Arlt con el libro La
jungla sin bestias (inédito). En 1989 obtuvo el Premio del Fondo Nacional de
las Artes con el libro de cuentos Infierno Grande (Planeta). Su
primera novela,Acerca de Roderer (Planeta, 1992), tuvo gran recibimiento
de la crítica y fue traducida a varios idiomas. Publicó después La mujer
del maestro (novela, Planeta 1998).
En 2003 apareció el libro de ensayos Borges y la matemática (Seix
Barral) y obtuvo el Premio Planeta Argentina con Crímenes imperceptibles,
novela que fue traducida a 35 idiomas y ha sido llevada al cine por
el director Álex de la Iglesia, con el título Los crímenes de Oxford y
un casting que incluye a John Hurt y Elijah Wood.
En 2005 publicó un libro de artículos y polémicas sobre literatura: La
fórmula de la inmortalidad(Seix Barral). En 2007 apareció su última novela, La
muerte lenta de Luciana B., contratada hasta el momento para traducciones a
veinte idiomas, y votada por la crítica en España entre los diez mejores libros
de 2007.
En 2009 publicó en Seix Barral el ensayo Gödel (para todos), en
colaboración con Gustavo Piñeiro.
Participó del Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa y obtuvo
becas del Banff Centre for the Arts y de las fundaciones MacDowell y Civitella
Ranieri. Colabora regularmente con artículos y reseñas en La Nación y otros
medios. Fue jurado de los principales premios literarios: Alfaguara, Planeta,
Emecé, La Nación-Sudamericana, Fondo Nacional de las Artes.
Uno de sus cuentos ha sido publicado recientemente en el New Yorker.
Es uno de los escritores
argentinos más traducidos en el mundo.
Por Juan Carlos
Millán. Especial para EL MERIDIANO Cultural. Licenciado
en Matemática por la Universidad Nacional del Sur en 1984, doctor en Lógica en
1992, el ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez,
Guillermo Martínez, adelantó estudios posdoctorales en Oxford. Premio Planeta
Argentina con la novela Crímenes imperceptibles –traducida a 35 idiomas, y
llevada al cine por Álex de la Iglesia–, colabora habitualmente con artículos y
reseñas en distintos medios.
"Había un escritor
argentino que enviaba todos sus libros a concursos literarios y pegaba la
página 100 a la 101 para que cada vez que recibía rechazada la novela,
constataba si el jurado había leído la obra. Después, tras convertirse en
escritor y hacer parte de un Jurado, se da cuenta de que cada escritor se mueve
en una cárcel sintáctica, de tal manera que una persona acostumbrada a leer se
da cuenta de la clase de libro que tiene entre las manos y no necesita llegar
hasta la página 100. De tal manera que al final de su vida, este autor
reconoció que después de saber qué clase de escritor se está leyendo solo resta
ir hasta la página 100 y DESPEGARLA", recordó el
galardonado escritor durante una emotiva charla celebrada en la Biblioteca
Nacional como parte de la semana dedicada al Premio y a García Márquez, que
reunió a los cinco finalistas.
¿Qué importancia tienen
reconocimientos como el Premio Hispanoamericano de Cuento con el que usted
acaba de ser galardonado?
Yo inicié mi carrera
como escritor gracias a un premio literario con el que se reconoció mi primer
libro de cuentos. En los años noventa era muy difícil publicar en Argentina, y
mucho más si se trataba de un libro de cuentos; de tal manera que gracias a un
Premio del Fondo Nacional de las Artes, pude ver publicado Infierno grande.
Para mí los premios cumplen
con la importante función de descubrir, traer a la luz y ayudar a los autores
que recién comienzan sus carreras. Cuando comencé a publicar solo había cinco
editoriales que publicaban autores argentinos, pero ninguna de ellas arriesgaba
por nombres desconocidos.
¿Quiénes publicaban?
Aquellos que hacían parte del sistema, amigos de editores, los propios editores
y periodistas culturales, porque existía la estrategia de hacerse a un nombre y
un público en los diarios, para luego escribir una novela que tuviera
garantizada a sus lectores; primero se debía ejercer el periodismo para luego
convertirse en escritor, que son cosas muy distintas, aunque algunas veces
coincidan.
¿Cuál es la importancia de
reconocer un género como el del cuento?
El cuento tiene una
riqueza formal suficiente como para poder contener todos los temas literarios o
filosóficos. Y de algún modo ese fue uno de los aportes más importantes de
Borges al género: hacer de cada cuento algo así como un pequeño Aleph de la
literatura, una reproducción en miniatura de todas las formas literarias. La
novela es un desarrollo posterior, pero el género del cuento –como decía el
propio García Márquez– estuvo desde el principio; y creo que va a seguir
estando, porque es el arquetipo de cualquier narración.
¿Cuál es la temática de las
obras que integran Una felicidad repulsiva?
Este libro está
integrado por una serie de relatos fantásticos, aunque hay una serie de
registros en los que se percibe un tono familiar, un tono erótico; hay una nuovelle
que es un cuento de horror. En fin, hay varios registros. Yo trato de hacer mis
cuentos a veces en consonancia y otras en contravía de tradiciones muy
establecidas dentro del género. El primer cuento de este libro –El I Ching y el
hombre de los papeles– lo escribí hace 12 años, y fue mi regreso al género
después de muchos años, porque a pesar de escribir novelas tenía en lista de
espera una cantidad de temas a los que nunca les llegaba el momento. Y cuando
lo escribí, tuve la sensación de que este cuento inauguraría toda una serie.
¿Le costó trabajo volver a
escribir cuentos después de tanto tiempo?
La verdad, tuve que
buscar la aceptación del género, y se trató de un regreso con dificultades en
la medida que había perdido parte de la naturalidad con la que solía escribir
cuentos, durante la adolescencia y los primeros años dedicado al oficio. El conjunto
del libro se fue armando de una manera un poco imprevista a la que faltaba la
nuovelle con la que quería cerrarlo: Una madre protectora.
¿Por qué hacer un libro de
cuentos?
Yo también he escrito
novelas –cinco–, pero en general a mí se me ocurren una serie de ideas que
luego se convierten en cuentos. De hecho, cuatro de estas cinco novelas
originalmente estaban concebidas como cuentos, y este libro no se publicó antes
porque la nuovelle que tenía pensada para cerrar el libro –La muerte lenta de
Luciana B–, se convirtió en una novela. Luego hice un segundo intento con Yo
también tuve una novia bisexual, que también terminó convertida en una novela.
Comienzo con la idea de
escribir un relato largo quizá, no más allá de eso, pero algunas historias
cobran esa especie de segunda dimensión, que yo asocio con un elemento teórico,
que me obliga a contemplar la posibilidad de ampliar el relato para llevarlo al
género novelístico. En general, cuando comienzo a escribir no sé si el
resultado va a ser un cuento o una novela, pero trato de que cada historia
tenga la longitud que precisa.
¿Cómo escribe sus cuentos y
sus novelas?
Yo soy muy lento para
escribir, y no puedo darme el lujo de decidir si voy a escribir un cuento o una
novela, porque escribir un cuento también requiere tiempo y no es cosa de un
rato. De tal manera que si trabajo en una novela trato de terminarla, porque la
contrapartida de ese proceso tan lento es que nunca dejo proyectos a la mitad.
Por ejemplo, tardé seis meses en escribir Una madre protectora.
¿Le preocupa el público y
el cambio que se pueda estar gestando con las nuevas tecnologías?
La realidad es mucho más
astuta, contradictoria y diversa de lo que parecerían sugerir las tendencias
principales. El libro típico que espera un editor norteamericano es un libro
grande, y nosotros solemos definir a las novelas argentinas como finitas y
raras, porque la concepción que tenemos allá no es la del mamotreto. Y no por
eso se venden más, desde luego, porque no existe una correlación entre la
cantidad de páginas que pueda tener una obra y el interés del público.
Resulta interesante cómo se
verá afectada la manera de leer y la literatura del futuro, pero yo como
escritor nunca me planteo esas cuestiones. Pienso en el texto que tengo entre
manos como un problema en sí mismo, al igual que los matemáticos no se
preguntan si de aquello que intentan resolver saldrá una industria o qué otra
cosa.
A veces se sufre con las
consecuencias, pero eso también resulta imprevisible. Cuando terminé de
escribir Crímenes imperceptibles, que es mi novela más traducida y la de mayor
éxito en ventas, recuerdo haberle dicho a mi mujer de ese entonces que esa obra
solo la iban a poder leer matemáticos, y mis expectativas no iban más allá de
que el libro tuviera cierta acogida en la Facultad de Ciencias Exactas. Por
otra parte, los depósitos de las editoriales están llenos de libros que se
suponían predestinados a ser grandes best sellers.
Leer para escribir
¿Qué papel juega el legado
de Gabriel García Márquez en su obra?
García Márquez me parece
que dejó una lección de vida admirable respecto a lo que implica ser un
escritor y un intelectual de nuestro tiempo. Como escritor, a mí me han llamado
particularmente la atención sus nouvelles –que es un género que me interesa–,
porque además fueron las primeras que tuve la oportunidad de leer: La
hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, y sobre todo La
mala hora. Esa es la zona de García Márquez que más me interesa como escritor.
Eso no significa que como
lector no disfrute la lectura de autores que escriben muy diferente a lo que yo
hago, porque no tengo una visión literaria tan sesgada como para no poder
apreciar otros modos muy distintos de expresarse, de tal manera que también
admiro profundamente esas grandes novelas que nos dejó García Márquez.
Aunque el propio García
Márquez rescataba la oralidad y esas historias que contaba su abuela, también
está presente en su obra el legado de Alejo Carpentier, de tal manera que logra
decantar todo ese preciosismo que venía del Barroco Latinoamericano para darle
una renovada fuerza que resulta avasallante, y que está tan presente en esas
grandes nouvelles.
Usted viene de una familia
políticamente comprometida. ¿Qué tanto pesa el compromiso político en su propia
obra?
Por eso decía que para mí
García Márquez era un ejemplo de vida, en la medida que siempre defendió causas
que podían resultar muy incómodas y que le podían restar miles y miles de
lectores. En mi obra ese tipo de compromiso político no está tan presente porque
siempre descreí del compromiso político en la esfera literaria. Yo fui
militante político y me parecía que poco o nada podía hacerse desde los libros,
en la medida que una obra literaria llega a su público en tiempos distintos que
puede abarcar generaciones.
Además de escritor, usted
es doctor en Ciencias Matemáticas. ¿Qué tanto hay de evasión en la
determinación de escribir?
Escribí desde muy chico y
la literatura siempre ha estado en mi vida; de tal manera que nunca sentí el
estudio de las ciencias exactas como un corsé, al revés. Por ejemplo, el
estudio de las lógicas polivalentes –que son un intento de dejar atrás la
lógica binaria–, ya que encuentro que dentro de la lógica matemática también
hay un espacio para la paradoja, la creación y la innovación. Pienso por
ejemplo en los fractales, que son estructuras con ciertas patologías y
monstruosidades que remiten de inmediato a la literatura fantástica.
¿Qué tanto lo inspiró
Ernesto Sábato en esa intención de seguir la vocación de escritor?
Ernesto Sábato no me parece
un buen ejemplo, porque se trata de alguien que siempre renegó de la Ciencia, e
incluso entró en una especie de misticismo anticientificista, que sin embargo
no le impidió ir a buscar su premio a Rumania en un avión. Abominar de la
ciencia en general resulta reduccionista, porque allí también se encuentran
sutilezas admirables en la manera de pensar, e incluso hay una riqueza
comparable o superior a otros campos del conocimiento respecto a la audacia del
pensamiento.
De Sábato me interesan algunos
ensayos de su primera época, o su novela El Túnel; y como pasa con casi todos
los escritores, hay una parte de su obra que merece ser rescatada, porque a
veces se suele caer en la tentación de abominar de la obra de alguien en su
conjunto. Yo por ejemplo al principio era el escritor de Bahía Blanca, luego
fui el escritor matemático y después el escritor de policiales. No es así,
porque yo aspiro a ser escritor a secas. Muchos noveles escritores se ven
enfrentados a la paradoja de estudiar una 'carrera seria' y dedicarse a la
literatura.
¿Le ocurrió algo parecido?
Mi papá se daba cuenta de
que era muy difícil ganarse la vida a través de la literatura, y quería que yo
terminara una 'carrera seria', para luego hacer lo que había hecho él mismo:
era ingeniero agrónomo, pero después se dedicó a escribir y a leer, de manera
que terminó haciendo lo que quiso.
A su muerte –él era un muy
buen cuentista y muy prolífico, además–, hicimos una selección junto con mis
hermanos de aquellos cuentos que circulaban dentro de la familia, que él había
corregido en su momento y alguno de los cuales incluso ganó un premio
literario. El libro se llamó Un mito familiar, y alcanzó a tener un recorrido
literario.
Después, yo mismo
descubrí que dentro del ambiente literario argentino, aunque casi ningún escritor
vive de sus libros, hay toda una cantidad de espacios para vivir de la
literatura en un sentido general: talleres, cursos, conferencias; muchos
escritores viven de ese entorno literario.
Usted se ha referido en
varias oportunidades a la importancia que tuvo la biblioteca pública en su
formación como escritor…
La Biblioteca Pública
Rivadavia en Bahía Blanca es una biblioteca muy hermosa y muy completa –durante
mucho tiempo fue la biblioteca pública más completa de América Latina–, en la
que por ejemplo tuve la oportunidad de leer gran cantidad de novelas
policiacas, libros de Julio Verne, y colecciones estupendas como la de Robin
Hood, o Iridium.
Recuerdo que allí también
leí mi primer libro largo, de lo cual estaba muy orgulloso, que fue El conde de
Montecristo. Estaba todo, y mi papá tenía la función de conseguir los libros
que solicitaban algunos de los usuarios y que le interesaban a él mismo: hacía
listas de libros que luego se incorporaban al patrimonio general de la
biblioteca.