martes, 13 de mayo de 2025

OCLOCRACIA LA DEMOCRACIA DE LOS MEDIOCRES,, CLIENTELISMO Y DEGRADACIÓN POLÍTICA

   El texto de Guillermo Cortés Lutz analiza el estado actual de la democracia en América Latina, especialmente en Chile y Atacama, argumentando que esta se encuentra en una etapa de degradación y ha evolucionado hacia una "oclocracia", es decir, una democracia dominada por los mediocres y los poderosos que buscan aprovecharse del sistema. El autor también critica el clientelismo político, un mal endémico que socava las bases de la democracia al comprar la conciencia y el voto de las personas a través de prebendas y beneficios. El texto culmina con una llamada a la acción, instando a la educación y la conciencia de clase para transformar la sociedad y superar este cáncer que afecta a la región.

Guillermo cortés Lutz

Pienso que no es un error si decimos que nuestra democracia, y no hablamos solo de Chile, sino de las democracias latinoamericanas y, sin duda, de Atacama, asistimos a la lamentable degradación de este sistema político y estamos en una “OCLOCRACIA”, es decir, la democracia de los mediocres, desvergonzados, aprovechadores, torpes, miopes, amiguistas, en definitiva, de los oscuros. Pero sin duda también es la oclocracia de los excesivamente poderosos y soberbios, como presidentes, parlamentarios, alcaldes, algunos funcionarios que no trepidan en el mal uso del poder para instalarse a desangrar Atacama, Chile y Latinoamérica. Epítome y ejemplo de este tipo de personajes son Nayib Bukele, Daniel Ortega, Milei, pero también lo son poderosos oclócratas como Donald Trump, Jair Bolsonaro y otros tantos.


De allí que conocer, estudiar y generar limitaciones al poder debe ser un elemento central del sistema político y de la democracia (sin duda también deben generarse estas limitaciones en el excesivo control del poder económico, que tanto influye en el sistema político). En América Latina, el poder se distribuye con una inequidad brutal, que ha generado una división tan radical en nuestras sociedades que podrían pasar décadas, incluso centurias, para que las personas y el pueblo puedan comprender e internalizar que el poder también les pertenece. El historiador Gabriel Salazar, en su libro “Construcción de Estado en Chile”, comenta cómo el pueblo chileno y latinoamericano debe ser intervenido en su memoria, porque la oligarquía ha enfermado la memoria del pueblo y esta debe ser reestructurada con criterios verdaderamente democráticos y cívicos.


Por lo tanto, concebir el poder como parte del patrimonio del pueblo se torna difícil, ya que no somos educados en y para la política, lo que nos resta de la participación, y por lo tanto las oligarquías de todo tipo (derecha, pero también algunos y algunas que se dicen de izquierda) se autorreproducen sin ningún obstáculo, y con el beneficio de seguir manejando el poder a su antojo y en su beneficio. Últimamente, el apoyo desde y a este tipo de políticos ha conllevado una cantidad escandalosa de recursos económicos, redes de protección, e instalación de incompetentes, ignorantes y mediocres en cargos públicos. Esto genera fastidio y frustración social; la irritación se da entonces a nivel tanto comunitario como individual hacia la política, y por supuesto también hacia el grupo de militantes-clientes, que desde los cargos donde han sido instalados desfachatadamente hacen abuso de sus posiciones.


Esta crítica al sistema democrático que denominamos oclocracia no es una posición nihilista; es más bien una apreciación medianamente reflexiva de cómo vemos un mundo ultraliberal en lo económico, individualista, donde el mercado supera a lo social, y donde una parte de la izquierda está a lo menos confundida y superada por la mundialización. Hablamos de esa izquierda sin un cabal conocimiento de la teoría política y que se jactan de ello; por lo tanto, al momento de analizar la realidad socioeconómica y cultural de América Latina, piensan como manada. Como también extrapolan nuestra realidad a otros contextos que no son el nuestro. Nos enfrentamos con una izquierda cuyas posiciones se acercan más al neoliberalismo, sin asomo de rebeldía y sin las competencias para hacer los cambios que todos perciben, o hacer al menos una crítica a la brutal inequidad sociopolítica, económica y cultural existente.


Todo lo anterior nos genera un distanciamiento de la política y la participación, lo que crea una sensación de no pertenencia y de ser un ciudadano no vinculado a la marcha de la sociedad.


La oclocracia lamentablemente conlleva uno de los vicios más arraigados en nuestra actual democracia, y que lejos se ha convertido en una de sus mayores debilidades: nos referimos al CLIENTELISMO POLÍTICO. ¿Cómo definir este extravío de la política, este mal cívico que nos afecta? Esta desviación del poder se ha dado al amparo del presidencialismo, del parlamentarismo y de la burocracia, pero su real origen está en el modelo económico neocapitalista que ha creado la contradicción ciudadano-cliente. Y ha creado el clientelismo político presente, que en Latinoamérica (y como no, en Atacama y Chile) se sufre como una verdadera enfermedad terminal, ya que evita la circulación y renovación de los cuadros dirigentes, de la participación en general, y con ello el progreso.


Intentaremos definir el clientelismo, que es esa capacidad de tener adeptos, votantes, seguidores fieles, servidores al líder de la manada, lo que se logra mediante la entrega a estos clientes de ciertas prebendas y beneficios, usando un concepto aclaratorio: decir que el clientelismo es comprar la conciencia, las acciones y el voto de alguien, aprovechándose de su necesidad, del deseo de vivir una vida cómoda, aprovechándose de su mediocridad y de sus temores, de la falta de consecuencia de las personas, de la nula capacidad de crítica y propuesta. En definitiva, el clientelismo es la anulación ontológica de la persona; el clientelismo entonces se instala en nuestro sistema político, como también en lo social, económico y cultural como la versión actualizada de una violación sistemática e íntima de los derechos humanos.


¿Cómo llegamos a este estado de cosas? Errores propios de la izquierda y por la potencia del neoliberalismo, que no permite forjar un sistema educativo crítico que forme ciudadanos para la democracia. Si diéramos una mirada retrospectiva histórica, el clientelismo me atrevo a decir se origina ya en la Edad Media; el epítome de un sistema clientelar fue el Feudalismo, donde un señor feudal tuvo a su servicio a los siervos de la gleba y villanos, y donde al señor le asistían amplios derechos sobre personas inferiores a él. Este tipo de derecho lo vemos hoy en el actual político; sin duda también lo tiene el empresario, y así hay un largo camino de sojuzgamiento desde el poder, y con ello la creación de modelos de clientelismos y servidumbre hasta el presente.


En el caso de Latinoamérica, ha sido aún más largo y hasta hoy, porque no hemos podido salir del estado de subdesarrollo. Bajos sueldos, explotación laboral, el grotesco machismo, la violencia y el subvalorar a la mujer. Si a eso le sumamos políticas públicas muy débiles y que nuestras instituciones educativas no han podido, mediante enseñanzas y aprendizajes significativos, elevar el nivel de vida del pueblo, nos encontramos con que las oligarquías y los más poderosos se hacen cada vez más hábiles y fuertes en el control del poder. Mi impresión es que ante esta práctica que socava y terminará por hacer estallar las bases de una democracia popular, los principales responsables son quienes, teniendo el poder, generan clientes. Esta práctica, ya habitual pero antidemocrática, se aprovecha de las debilidades humanas. Segundo, y tal vez con menos responsabilidad pero nunca inocentes, quienes se dejan comprar, aun entendiendo sus necesidades, su mediocridad, o su servilismo; no debemos vender la primogenitura por un plato de lentejas.


El clientelismo político, social o económico es un mal de la dictadura y postdictadura, un mal de la democracia, del postmodernismo y del neocapitalismo. Nos parece que es hora de denunciarlo, es hora de combatirlo y exterminarlo; es hora de, mediante la educación y la generación de conciencia de clase, buscar la transformación por intermedio de la participación, tal vez la primera sea en política, para así sanar a nuestra sociedad en Atacama, Chile y Latinoamérica, que producto de este cáncer siente un profundo malestar que se instala en nuestro diario vivir y nos lleva finalmente a caer en la apatía y en la peor enfermedad social: el acatamiento obediente de las injustas leyes imperantes en esta sociedad.


Guillermo Cortés Lutz
Doctor en Historia
Grupo de Estudios de Atacama GEA

lunes, 5 de mayo de 2025

QUERIDAS LECTORAS QUERIDOS LECTORES (EDITORIAL ANAGRAMA 25 ABRIL 2025)

 

Concierto del rapero Travis Scott que tuvo lugar dentro del videojuego Fortnite y al que asistieron más de doce millones de jugadores de forma simultánea.


En 1790, en Torino, Xavier de Maistre se batió en duelo con un oficial del ejército y fue condenado a cuarenta y dos días de arresto en una fortaleza militar. Gracias a su origen aristocrático (era hijo del presidente del parlamento del Reino de Cerdeña y hermano de uno de los críticos más furibundos de la Revolución francesa, el conservador Joseph de Maistre), se le permitió gozar de un encarcelamiento en unas condiciones de muchísima comodidad: tenía un sirviente a tiempo parcial y estaba siempre acompañado de su perrita Rosine.


Encerrado en esta modesta habitación, De Maistre decidió emprender un viaje al «encantador país de la imaginación». Empezó a dedicar atención a elementos hasta entonces banales (el escritorio, la butaca, el espejo), que tomaron una nueva dimensión y se convirtieron en territorios inexplorados, viaductos hacia un nuevo y desconocido paisaje espiritual. «¿Existe un escenario más propicio a la imaginación, que despierte ideas más enternecedoras, que el mueble en el que me abandono algunas veces?», sentenció De Maistre en Viaje alrededor de mi habitación, el libro que resultó de esa exploración literaria.


Durante los meses de cuarentena de la pandemia, en 2020, fueron muchos los que volvieron a leer este libro prendidos por las posibilidades de la imaginación y la fuerza de la subjetividad: la única posibilidad de huida estaba en la mente. El personaje de Monsieur Teste –que da nombre al libro del filósofo francés Paul Valéry– lo decía así: «El infinito no es gran cosa, solo una cuestión de escritura». Algunos lo descubrieron entonces, pero otros hacía mucho tiempo que conocían el poder de la mente para huir de la condena del presente: los lectores voraces y los shifters.


Los primeros ya los conocemos: aquellos que hacen de la lectura la posibilidad de trasladarse a vidas, paisajes y mundos que no son los suyos. Los segundos son los que practican el reality shifting y son el sujeto de investigación de Gabriel Ventura en El mejor de los mundos imposibles, donde explora los viajes al multiverso de aquellos jóvenes, la mayoría de ellos nativos digitales, que, a modo de meditación, son capaces de trasladarse a mundos de ficción e interactuar con sus ídolos o personajes favoritos, y piensan y viven el mundo de una forma del todo distinta.



¿Qué ha pasado entre Xavier de Maistre, encerrado en una habitación pequeña probando de vivir una vida más grande, y el chico que durante la pandemia asistió al primer concierto masivo de Travis Scott en el videojuego y fenómeno digital Fortnite, con más de doce millones de fans entregados a sus canciones? ¿Por qué insistimos en buscar formas de evadir la realidad y desear otra más ancha, más amable, más espaciosa?


Habrá quien califique estos shifters de utópicos, otros pensarán que están locos, pero si algo está claro es que el oficio de huir es más antiguo de lo que pensamos: lo inventó la primera persona que contó una historia.

Un simulacro real

Dos grandes textos del siglo pasado son todavía vigentes para entender la realidad contemporánea: Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo en 1967, donde escribía que la vida auténtica había sido sustituida por una representación a través de la mediatización de los deseos, los valores y las percepciones que habían creado los medios de comunicación y la publicidad. En 1981, Jean Baudrillard publicó Cultura y simulacro, un lúcido ensayo en el que sentenció que la simulación ya no es la representación de algo real, sino que se convierte, ella misma, en la realidad. ¿Cuál es, entonces, el referente? ¿Adónde podemos regresar? Ambos aparecen en el libro de Gabriel Ventura, y la pregunta continúa siendo la misma: si la realidad desaparece, ¿hacia dónde tenemos que dirigirnos para buscar la verdad? ¿Y si pasa que ya no queda verdad ninguna a la que aferrarnos?.



Una colaboración entre Punzadas sonoras y Anagrama

A lo largo del último mes y medio las «amigas y filósofas» Paula Ducay e Inés García han compartido cuatro episodios especiales de su podcast Punzadas sonoras, que han surgido como colaboración con la editorial Anagrama y que se plantean como una exploración de los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego. Partiendo de la mitología, Paula e Inés analizan cada concepto como símbolo, apoyándose en muy diversos referentes y revisando las obras literarias donde estos tienen una presencia clave. Os invitamos a escucharlas, sea en estos episodios especiales, o en cualquiera de sus interesantísimas Punzadas sonoras.


Los mundos paralelos de la literatura

Aunque toda literatura es, de alguna manera, una exploración de mundos paralelos, la ciencia ficción ha ahondado en esta cuestión desde sus inicios. El jardín de senderos que se bifurcan, de Jorge Luis Borges, es ya un mítico texto que, ambientado en la Primera Guerra Mundial, funciona como una parábola sobre el tiempo y el universo múltiple. Pero si hay un narrador que supo encarnar todas estas exploraciones, fue el americano Philip K. Dick, un autor legendario, que confesó haber experimentado viajes entre universos paralelos a través de su literatura y a través de su vida cotidiana: en una convención sobre el género celebrada en Metz en 1977, leyó una disertación sobre cómo podía recordar una vida presente diferente a la que estaba viviendo. No se refería a vidas pasadas, como mucha gente ya había comentado, sino a otra vida presente. «Sospecho que mi experiencia no es única», afirmó. «Quizá lo sea el deseo de hablar de ella.»



Las predicciones de Black Mirror

Hay quien se sorprende con la serie de ciencia ficción de Netflix, Black Mirror. Hay, en cambio, quien sostiene que el hecho de plantear futuros distópicos tan tajantes y desagradables suma a los espectadores en una apatía desmovilizadora: descubrir ese futuro indeseable lo redime, lo exime de intentar cambiar el presente para que el futuro sea distinto. El apocalipsis ya está escrito. Gabriel Ventura rememora en su ensayo ese capítulo en el que dos amigos se encuentran en una plataforma de realidad virtual en la que, por las noches, juegan a distancia: allí, sus avatares se entregan a una pasión amorosa y sexual alucinante. ¿Y si solo sabemos experimentar nuestras relaciones a través de la virtualidad?, se pregunta Slavoj Žižek. ¿Y si solo sabemos vivir mediante representaciones imaginarias? ¿Se trata de un consuelo, de una suerte o de una impostura? ¿Nos salva o nos condena?.



Los jóvenes salvarán la lectura

Si alguien sabe de reality shifting y de mundos paralelos es la generación Z: los jóvenes nacidos entre el 1997 y el 2012, que crecieron con una pantalla en la mano. A menudo demonizados y culpabilizados de todos los males que apuntan al final de la cultura, recientemente El País ha publicado una noticia en la que afirma que «los jóvenes de 14 a 24 años son los que más leen en España». En contra de los prejuicios que relacionan juventud con falta de interés por la lectura, estudios recientes demuestran que no es cierto. ¿Habrá algún tipo de relación con el deseo de huida que las pantallas les han ofrecido desde que son niños? ¿O se tratará, en cambio, del deseo de dejar las pantallas de lado e indagar en otras formas exploratorias de la imaginación, el deseo y el conocimiento? Sea como fuere, no será tan fácil repetir, desde ahora, que los jóvenes no se interesan por los libros.